Buenos Aires tiene su encanto. Como todos los lugares tiene sus pro y sus contras, si fuera más segura, tuviera un transporte como el de Londres y la limpieza de las calles de Múnich sería una de las ciudades más hermosas y multifacéticas donde vivir. Años luz para que algo así suceda, por ende, disfruto lo que puedo y algo que me encanta es caminar por la Capi Porteña (como solemos llamarle). En esos paseos, me encontré el último sábado por el barrio más joven de la ciudad, Puerto Madero. Probablemente uno de los más seguros, es una isla en sí mismo.
Después de dar una vuelta, se estaba poniendo fresco. Venía de una noche en la cual, sorprendentemente, a pesar de no haber bebido mucho, terminé con un alto nivel de alcohol en sangre, pequeñas lagunas y un estado bastante resacoso, con esa sensación de vacío estomacal difícil de llenar. Cerca de las 20 andaba por los alrededores del Faena Hotel y me acordé del bar The Library Lounge (Martha Salotti 445) – 0 uno de los bares – de este lujoso y exclusivo recinto. ¿Daba para ir? Primero le pregunté a un guardia, si éste era el hotel donde estaba – sí – y si podía entrar de zapatillas – Sí, estaba con mis All Stars color naranja -, el muchacho sumamente amable me dijo que sí. Y allá fui.
Al dar vuelta la esquina, divisé el Sr. Portero, vestido con saco y galera blanca quien, muy amablemente también me indicó el camino. Camino alfombrado de rojo, cubierto por un toldo del mismo color y escoltado de luces. Tras cruzar la puerta, un aroma prefabricado me invadió la nariz y me dio la bienvenida a un universo paralelo, al que no muchos pueden acceder y otros no querrán. Otra puerta, otra chica del personal y otro largo pasillo con espejos, alfombra de terciopelo rojo furioso, piezas pequeñas en el hall que parecen banquillos (uno de ellos tiene forma de bebé). De la mano izquierda hay una tienda de ropa y demás artículos de lujo. Sobre la derecha, un atril con el menú del bar que no leí y entré.
Hay mucho para ver, es más no me van a alcanzar las palabras ni las consultas a Wikipedia para describir todo lo que se puede ver, admirar (o no) y descubrir en este espacio diseñado por profesionales. Haré lo que pueda.
En primer lugar, las dimensiones son grandes, bajando unos escalones con baranda, es como un gran living con mesas ratonas y sillones de todos los colores, tamaños, materiales y terminaciones, es más, es difícil encontrar dos iguales, creo que sólo vi dos pares idénticos. Lo mismo pasa con las lámparas y veladores, texturas, tonalidades, todos distintos, delicados. Mezcla de arte, antigüedades, diseño y decoración. Saqué fotos con el BB, pero como dije en mi post anterior, pido disculpas por la pésima calidad de las mismas que no reflejan ni de cerca el objeto fotografiado.
Me dirigí a la barra, me senté en una de las sillas altas de cuero con un sólo brazo. Desde el minuto uno todo el staff, estuvo a disposición, muy cordiales, amenos, serviciales con onda. Los chicos de camisas blancas, chaleco y corbata negra, las chicas elegantes, en negro también.
Me acercaron la carta de bebidas y me dolió leer la leyenda «Consumición mínima, desde las 19hs, por persona $200«. Bueno, «última salida del mes» pensé. Y comencé a leer las creaciones de Agustín Sena. Pocas veces dudé tanto en decidir que beber – y comer – como dudé durante toda esa noche. Creo que en parte se debía a mi estado semi-catatónico, producto de la noche anterior.
Intercambié afables saludos y comencé a leer los títulos de la carta «Patrón, El Jefe» (Tragos con tequila) y «Cocktails Ciroc«. Todos tragos de autor. En un principio leí sólo esos dos y tras los sucesivos pedidos del menú descubrí otros títulos y otras opciones, tales como «Because We Love Our Women«, las «Caipis«. Y por supuesto, cervezas, espirituosas varias, whisky/es notables, champagnes de cuatro cifras y también bottle service.
Repasé la carta, estaba con el estomago vacío y con dudas. El bartender me preguntó que tomaba habitualmente, le conté y también que llegaba medio herida. Después de un ida y vuelta, fui por un Apple Martini – en honor al Gran Steve – y le dije, «No me mates«. En eso, un muchacho entrado en años que conversaba con dos extranjeros – mayoría en este lugar – escuchó la charla y como yo había mencionado que era muy temprano para un Old Fashioned, me sugirió, que hiciera como él y pensara en horarios de otros lugares, por ej. «acá son las 8 pero en Londres son las 12«. Mmm, no es mala, pero no me servía.
Mientras preparaban mi trago, me cambié de lugar, una banqueta, le estaba dando con mis rodillas al revestimiento espejado de la barra. Pedí una lapicera para tomar algunas notas y aproveché para recorrer. Descubrí la biblioteca que hace honor al nombre, con rarezas, tomos en diferentes idiomas y edades, porcelanas chinas, un búho, pinturas, habanos. En un sillón sentado Claudio Paul. Una fina puerta conecta con el inmaculado restaurante El Bistró, donde prima el blanco, el dorado y rojo de las rosas. Fui al otro lado, que da al Pool Bar con una hermosa piscina, boxes con mesas, una delicada iluminación que realmente invita a pasar un momento especial en una noche estrellada. Sobre las paredes están postradas cabezas de animales vistiendo joyas – Todo es arte, diría Marta Minujín -, más porcelanas, bellas lámparas y de vez en cuando se ven, debajo de las cortinas de terciopelo un par de múltiples, conocidos aquí, como zapatillas.
Volví a la barra, tenía apoyadas mis cosas pero busqué los ganchos debajo para colgar la cartera y me topé con chicles pegados (Qué asco!) y no había ganchos. Dejé mis cosas sobre la barra nomás que, después de todo, estaba a mi disposición.
Me sirvieron con un pase de magia mi Apple, liviano y fresco, acompañados de unas bolitas de pan y queso que estaban bárbaras. Charlé un rato con el barman – Matías – sobre otros lugares de Buenos Aires y me dijo algo con lo cual coincido al 100%, «El lugar no hace al barman, es más, al contrario, el barman hace al lugar«. Me recomendó Dadá, Isabel, hablamos de Frank´s, Gran Bar Danzón, Bangalore, entre otros. Y también en ese orden fueron los que les recomendó a un par de suecas que se alojaban allí.
Consulté por la carta para comer algo, ya que de por sí tenía que pagar dos gambas y estaba con hambre. Otro barman – Lucas, alias Messi, para mí se parece – me alcanzó el escueto menú (Spa Choice, Platos Vegetarianos y Aptos Celíacos con símbolos indicadores), dividido en 5 secciones, Ensaladas – Ni loca pido una ensalada – de quinoa, otra Caesar, Caesar de langostinos, hojas verdes, Sándwiches Especiales de pollo, hamburguesa casera, club sándwich, tostado de jamón y queso, Tapas Frías como ceviche de salmón rosado y pesca blanca, nachos, quesos y fiambres, bagel de salmón ahumado, Tapas Calientes donde se encuentran empanadas de carne y de jamón y queso, lomo con papas fritas, pizzeta de mozzarella, por último los Postres, tortas, volcán de chocolate y frutas de estación.
Otro dilema, elegir el plato, volví a mi estado catatónico. Suele pasarme que la comida me elige a mí y no al revés. Después de leer y releer, le dije a Lucas que iba por el sándwich de pollo. Me parecía un de las mejores relaciones costo/beneficio. Me dijo que eran wraps, muy ricos. Dudé, no era lo mismo. Muchas cosas tenían palta, y la verdad, ódienme, pero todavía no le encuentro el atractivo a esta verdura mantecosa. Mmmm. Bagel de salmón, para seguir la máxima «Afuera se come lo que no se come en casa«. No recuerdo cual fue el comentario de Lucas por el cual, volví a cambiar de opción y finalmente me decidí por el ceviche. Lucas me dijo que era «la mejor elección que podría haber hecho».
Ya estaba terminando mi primer trago, por ende, tenía que ver con qué iba a acompañar el plato. Pero antes de eso, consulté por el baño. Lucas, súper atento, me indicó mejor que un GPS, «saliendo a mano derecha, pasando el cortinado dorado sobre la izquierda». Me perdí. Pacientemente me lo repitió, dos veces. Cuando salí caminé hacia la derecha, por la izquierda se ve otra tienda, un cuadro de Evita. Cuando llegué a un cortinado, había otra chica mirando su Mac sobre un atril en la puerta de lo que creo era El Cabaret o El Mercado y le consulté por el baño, «La puerta del frente con la W». Estado catatónico la piba intentó abrir la de la M. Me reí sola mientras la chica me indicaba, «No! la otra«. Y entré. El mármol, los espejos, la luz, la música, los cisnes de la grifería obnubilan, abruman. Y ojo, que el agua en esa costosa mesada salpica.
Volví al Lounge y volví a pedir la carta de tragos. Otra vez, la intriga. Me extendieron el individual blanco y la vajilla, sal, pimienta. Seguí pensando. Conversamos opciones. Me sentía desconocida. Olvidé contar que, antes de ir al baño Lucas me ofreció un poquito de los tequilas con pimienta, porque ya habíamos estado estado deliberando. Menos mal que no lo pedí, porque eso si que picaba. Tras conversar y ser inducida por Lucas y su frase «Yo no vendo algo que a mí no me guste«, fui por un Cucumber Martini.
El lugar de a poco comenzó a poblarse, sin estar nunca lleno. Lucas coronó el trago con una espuma de pepino que nunca había probado, fresca, porosa, suave, sutil. «Me recuerda a la pasta dental» le dije y se rió, «Es verdad«, me dijo.
Llegó mi ceviche, con bastante cebolla colorada. Debo admitir que no recordaba si había probado, o no, ceviche alguna vez, y de haberlo probado, no recordaba cómo era. Por ende, si van, no se guíen mucho por mi comentario. Estaba intenso, obviamente, el limón prevalece, pero no me terminó de convencer en sí mismo. Había notado que no tenía pan, que luego me acercaron en una canastilla, todavía caliente, muy rico. Comí el salmón, la pesca blanca, pero no lo disfruté. Una vez terminado seguí con mi Martini.
Durante la noche, presté atención a la música, muy ecléctica, como todo. En un momento escuchaba salsa, en otro algo en francés, y en otro Los Fabulosos Cadillcs o un blues. Más entrada la noche un chico comenzó a armar una consola de DJ para quién resultó ser Lucia, una llamativa señorita que minutos antes había pedido un café. Le subió un poco el volumen a la velada y a partir de ahí, la música comenzó a unificarse.
Era noche de superclásico de verano. Tras una breve llamada a un entrañable amigo, fanático del club de la rivera, me puse al tanto del marcador, y a la distancia, compartía la velada que se desarrollaba. Casi finalizando mi Cucumber, comencé a debatirme entre retirarme e ir a ver el partido a otro lugar, o beber algo más y seguir engrosando el resumen de mi tarjeta, o partir y darle un respiro a mi hígado. Otra vez el titubeo, la vacilación.
Maté mi segundo trago, mientras muchos empleados andaban de acá para allá. Comenzaba a caer más gente. En un instante armaron un set con instrumentos. Volví a visitar el baño, pero esta vez sin indicaciones ni equivocaciones. Luego, más empleados revisaban el stock. Matías, me sirvió en un pesado y pequeño vasos un poco de soda y me preguntó «¿Y para qué estás, para algo dulce, seco, para algo para irnos a la B?». Lucas que andaba por ahí, se río también. Muy graciosos. Tenía dudas sobre el Old Fashioned y se las comenté a Matías, que contribuyó a aumentarlas ya que me dijo «Te puedo preparar un Old Fashioned fuerte, no fuerte, cítrico, no cítrico, como lo preparan en todos lados, aromático, dulce, no dulce, un Old Fashioned como lo preparo yo. Mis Old Fashioned se caracterizan por no ser dulces, no ser cítricos y con un alto contenido de alcohol, o sea, se nota que es whisky». Seguí pensando y volví a tomar la carta, eso no era lo mejor para mi organismo esa noche.
Mientras tanto, seguimos charlando sobre el momento actual de la coctelería y en eso me contó la historia de uno de los whiskys en la estantería, el Isle of Jura Superstition, que consta de 12 medidas – Él solía tomarse una medida por mes, durante un año -, «la última, hay que servirla con la palma de la mano – derecha – sobre la cruz de la botella para que te brinde buena suerte, fertilidad». Creer o reventar.
La barra se estaba poblando. La música sonaba más alto. El aire acondicionado enfriaba más. Lucas volvió a comentarme otras opciones y me dejó pensar tranquila, ya que le comenté de mi estado resacoso y dubitativo. En eso había mencionado Pisco y me tenté. Chau irme, chau partido. Le dije pedí un Pisco Sour, me sonrío y me dijo «Me imaginé cuando hablamos de Pisco Sour que me ibas a pedir eso«. «Así le doy un break de whisky a mi hígado«, respondí.
Tras preparar un par de tragos más y observar esos movimientos de bartenders experimentados, me dijo, «Ya estoy con lo tuyo«. Creo que fue en ese momento cuando las suecas volvieron a sentarse en la barra, y como no había lugar me cambié de banqueta para cederles la mía. Eso me hizo acordar a un par de noches anteriores. Y al rato, un chico me pregunta si la banqueta vacía a mi lado estaba ocupada, le dije que no y la ubicó al frente. Él y su amigo, allí se ubicaron. Otro detalle del Library, esa esquina de la barra es flotante, libre.
Ya tenía mi Pisco Sour conmigo. Sonaba Prince. Lucas me preguntó que tal estaba y le respondí «Está distinto a otros» y me respondió que eso era «porque usé un Pisco peruano, que en lugar de 30° tiene 45° – creo que dijo 45 ó 47 – de alcohol«. Menos mal que yo quería darle un break a mi hígado.
Llamé de nuevo a mi amigo que, doliéndole en el alma, me informó del gol de Mora que yo había anticipado. Charlamos un rato, le pregunté si había leído mi blog, entre otras cosas. Corté y seguí degustando. Ya la barra se había llenado y tanto Lucas como Matías estaban teniendo un trajín importante.
En eso uno de los chicos me preguntó de que era mi blog, de «anécdotas gastronómicas«, respondí. Eso dio puntapié a una amena conversación entre los tres, sobre bares, comidas, restaurantes, sugerencias recíprocas, viajes y demases. Sus nombres eran Diego y Santiago, éste último – habitué del Faena – me comentó, entre otras cosas, la versatilidad de personajes que se ven en las noches del Lounge, que no se come bien, que la consumición mínima está hecha para asustar porque en realidad no te la cobran (aunque esté escrita, buen dato) y además de Claudio Paul suelen encontrarse otras leyendas del ámbito deportivo.
El set de la banda de Emme, quien tocaría esa noche, ya estaba listo, eran como 7 o más, incluida otra voz, un muchacho moreno con mucho swing y gorra que no gozaba de la simpatía de Santiago. Luego de dos sonoras distorsiones, comenzaron a tocar, una mezcla de hip-hop, soul, rhythm & blues, en un nivel de volumen que dificultaba el diálogo. Santiago había mencionado que siempre tocaban los mismos temas en mismo orden, pero esta vez, parece que lo sorprendieron con otro arranque.
Los últimos milímetros de mi Pisco comenzaron a marcar el final de mi estadía que, ya llevaba más de 4hs. (De ahí el largo de este post, prometo, prometo – si llegaste a leer hasta acá – que los próximos serán más cortos). 3 Bracas para el Library.
Todo en este lugar es de alta calidad, de categoría, de lujo. De buen gusto, no sé. «Sobre gustos no hay nada escrito«. O sí. Antes y durante, mientras escribía este post, dudé un montón, pero sólo una certeza se me venía a la cabeza, una frase de una famosa canción de Patricio Rey y Sus Redonditos: «El lujo es vulgaridad dijo…» .
Con la clásica señal, pedí la cuenta. Me la entregaron acompañada de otra lapicera, que estuve por devolver, pero Santiago metió en mi cartera, no antes sin decirme «ahora te vas que empieza la banda!«. Y sí, ya tenía que partir, además la cuenta ascendía a $304. Otro momento de mi estado catatónico fue, recibirla, firmar el papel y devolvérselos. Cuando me dí cuenta que no les había entregado la tarjeta de crédito!!! Ay Braca, que papelón, para la próxima anotar: Resacosa y dubitativa quedarse en casa o ir al cine.
Diego me facilitó cambio para la propina, gracias estimadísimo. Firmé con otra lapicera (más) que me acercaron, saludé a los eximios bartenders, protagonistas y compañeros de la velada.
Iba a saludar a Santiago con la mano para no dar la vuelta y me retó diciéndome que eso se hacía en Europa. Touché. Saludé a ambos y me despedí del ecléctico Library Lounge. No sin antes pasar, nuevamente, por el suntuoso toilette. Al salir, me crucé a las suecas por el pasillo y me tomé el atrevimiento de sumar una recomendación de un buen bar al cual podían ir. Una de ellas me preguntó si yo iba, si lo conocía. Me reí, sin dudas, mi cara lo dijo todo, como siempre…
Braca
Vos sabes que vivo al lado del Faena y nunca fui. Pensé que se llenaba de gatos, evidentemente me equivoqué, hoy me voy a tomar unos martinis, gracias. Mejor un gin.
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Walter, creo que es un lugar muy ecléctico y en la variedad está el gusto… Espero hayas disfrutado de un buen Gin y buena atención… Gracias por el comentario, Salud!
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Acostumbro cada tarde buscar articulos para pasar un buen momento leyendo y de esta forma he encontrado vuestro articulo. La verdad me ha gustado el post y pienso volver para seguir pasando buenos momentos.
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Me alegra mucho que lo hayas disfrutado, muchas gracias por tu comentario, Salud!
Braca
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