Gran, Gran Bar, Gran Bar Danzon

Viernes pasado, un día particular, luego de mi horas preferidas de la semana, enfilé por la calle Juncal, directo a un lugar que hacía mucho tiempo tenía pendiente conocer. Lo había escuchado nombrar mucho y tras chequear la dirección esa noche ameritaba una visita.

Gran Bar Danzon (Libertad 1161) ya el nombre es imponente. Cuando llegué a Libertad, no recordaba con exactitud el número y me pasé de largo. Volví sobre mis pasos, crucé la calle y ahí divisé la puerta escoltada por carteles con menús escritos con tiza. Me gustó la opción de mollejas de ternera a la plancha

Subí la escalera aromatizada y tenuemente iluminada. Al cruzar las puertas, me sentí un poco observada, ya que la disposición del lugar favorece ese comportamiento por parte de las personas que se encuentran adentro.

Desde el primer momento, me gustó y me sentí contenta de haber ido. Iluminado ligeramente, con la cantidad justa de luz que a mi me parece debe tener un bar.  Sobre la izquierda por encima de mi hombro ví una pared utilizada como pantalla gigante proyectando una película de I-Sat, con sillones y mesas bajas.

Todavía no conozco New York, pero después de muchas horas de películas hollywoodenses el Danzon me llevo a pensar en la ciudad que nunca duerme y por un momento fue como trasladarme. Imagino, sin razón aparente, que los bares y restaurantes neoyorquinos pueden ser algo como esto.

Avancé hace mi lugar preferido y un muchacho (40 y más) me propone un brindis por Villa Urquiza (…), me prendí en la situación y le dije: «Obviamente, viví 2 veces en Urquiza, está buenísimo«. Seguí de largo hasta casi el extremo de la barra, taburete bien mullido forrado de cuero y ganchos (Detalle clave) para colgar la cartera de la dama, aunque también llegue a manotear unos cables (Detalle no clave).

La gran barra de hormigón y hierro, con lucecitas que brillan desde su interior, se despliega a lo largo del salón, con muchísima actividad, detrás desfilaban barmans, barwomans, cocineros, mozos con platos y más staff enmarcados por un fondo de cientos de botellas iluminadas colaborando con la estética del lugar.

Me senté. La buena onda y simpatía del barman de rulitos hizo que automáticamente me sintiera más que cómoda con su fresco «¿Hola, cómo estás?«. Un buen barman es un ancho de espadas sin la menor duda.

Cuando me disponía a examinar la carta se acerca el muchacho de 40 y largos, escritor, que comienza a hablar e invitarme a leer las primeras páginas inéditas de su próximo libro (…) a modo de experimento – según él –  y método de levante – según yo -, que debo admitir, era lo más original que escuchaba en mucho tiempo. Un poco a mi pesar, su dialogo prácticamente unilateral se extendió más de lo recomendado, más aún cuando complotaban en su contra mi sed y ganas de picar algunas de las opciones que de reojo intentaba leer en el menú. Claramente, en un momento notó esto pero no se alejó, por lo que, ante la atenta mirada del barman de rulitos – sin poder pensar demasiado – esbocé «un Old Fashioned»– su expresión no sé si denotó sorpresa o agrado o ambas y prontamente llevó a cabo la artesanal elaboración del mismo.

El escritor seguía hablando de otros escritores muy famosos dando por sentado que yo los conocía y tras arrancarme el número de teléfono para concertar la lectura de las 10 primeras páginas (quería imprimir las 160 y sutilmente le sugerí redujera considerablemente ese número), tras recomendarme los pinchos de cordero, amablemente se retiró.

Una vez que llegó mi trago en un vaso tallado, noté que por primera vez constaba de una cereza al maraschino, tras mi obligada lectura olfativa y  gustativa, puedo decir que me gustó pero un poco menos de azúcar hubiera sido ideal.

Seguí leyendo la carta, aunque no tenía tanta hambre. Por un instante me tenté con el sushi, pero no. Y tras descartar las mollejas por sugerencia de la casa, consulté si la mayonesa de curry que acompañaba los pinchos de cordero era muy picante. Me respondieron que no, y otro de los chicos consultó a otro del staff que andaba por ahí, se acercó y me dijo que no era muy picante. En ese momento tenia 3 personas y más respondiendo a mi consulta y asesorándome sobre el menú, lo que me encantó porque demostraba la dedicada atención y suma predisposición hacia un cliente.

Finalmente, opté por los pinchos de cordero. No tardaron en llegar, sin embargo la presentación no me resultó atractiva, un plato redondo blanco con una servilleta de papel blanca con insignias chinas de color rojo, una cazuela honda con los pinchos, otra cazuela más pequeña con la mayonesa y una lámina de pan crocante que atravesaba el plato.  En sabor y cocción estaban correctos, sabrosos, sin alucinarme.

Mientras tanto, había mil detalles por observar dentro: las gordas tuberías que corren a lo largo por el techo, las velas pequeñas en las mesas y en candelabros de pie las blancas tradicionales que uno tiene cuando se corta la luz, el iPad de una de las chicas que tomaba la reserva, los tesoros de México en la barra, los cocteleros con uniforme que parecen cocineros – o tal vez lo son-, una comensal que estaba ensimismada en su Mac y pensé «Hay Wifi», la tupida bodega empotrada en la pared sobre una pequeña barra donde una moza sirve exclusivamente a las mesas que están pegadas y los comensales se sientan uno al lado del otro no de frente, una cabina del DJ que mira desde lo alto, todas las mesas vestidas de blanco casi llenas donde se ven parejas, familias, amigos y amigas, también sillones contra la pared que de a poco comenzaron a colmarse de gente, una luz giratoria que no es bola de boliche, los ladrillos-bloque arman la pared de la barra algunos iluminados de rojo furioso, la pizarras que describen algunas de las tantas etiquetas con las que cuentan hasta el aroma del café que tomaba un chico al lado mío (El día que me pida un café en una barra, mátenme), a quien, antes de su anunciada retirada le invitaron un trago de cortesía, claramente es – por lo que conversaban y los saludos – un habitué.

La página web del Gran Bar Danzon no escatima en información, por lo que, es una excelente fuente a consultar si aun no conocen y quieren tener un previo atisbo de lo que pueden encontrar y a que valor. Dato que no es habitual en los websites… Y está al día.

Estando rodeada en mi banqueta y que el muchacho de al lado se interesara por las notabas que tomaba en una servilleta – para no olvidarme de las cosas que plasmé aquí – pensaba si pedía algo más o no y me decidí por los segundo. La cuenta era $104, pudiendo abonar con tarjetas varias. Me quedó pendiente el chequeo del baño, detalle nunca menor para mí. 3 ½ Bracas para el Danzon.

Tras firmar, despegarme del taburete, el barman de rulitos extendió su mano en un cordial saludo y un «Gracias«, a lo cual, respondí «Un placer«… Y… Habrá que volver.

Braca

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