Agobiantes. Así pueden ser las tardes a veces en la Capital Porteña, por ello, una víspera de un feriado – en conmemoración de los 200 años de algo – era una excelente excusa para salir a conocer algún lugar por la ciudad. Tras pasar por Negroni y divertirme un rato largo con Kevin «Colin» y Mauro, quien me conmovió con su última frase, me dirigí a Rey de Copas (Gorriti 5176).
Como suele pasarme, con los bares más discretos, me pasé de largo la puerta. Entré y me sorprendí al ver que no era para nada como alguna vez me lo había imaginado. Un lindo patio con mesitas bajas y sillas de hierro con almohadones, plantas, espacio fumadores. A la derecha, están los baños en muy buen estado. La grifería con forma de cisnes me recordó instantáneamente al Faena.
Seguí adentrándome en la mansión escondida del Rey. Debe haber sido una casona vieja, ya que tiene muchos ambientes y habitaciones devenidas en pequeños – y no tan pequeños – espacios donde hay mesas de todos los tamaños y formas, sillones con y sin almohadones, mucho color, libros, cortinas artesanales, cuadros, mil y una obras de artes. Me prometí ser más breve, el Rey tiene mucho para mostrar y hay que verlo en vivo.
Llegué a la gran recamara, un living súper amplio con mesas bajas de madera, más largos sillones contra la pared y pequeños banquitos bajos para sentarse en un ambiente fresco y cálido, relajado y amigable, con amigos, compañeros de trabajo o en pareja. Un gran mural de bronce con una especie de único ojo, digno de cualquier versión de Indiana Jones, corona la gran barra de durmientes. Me senté en una banqueta, un poco minúscula. De inmediato, me sirvieron un vaso con un refrescante ponche y pedí un Old Fashioned. En la carta, hay de todo, tragos clásicos y de autor, no dejen de leerla.
Mientras observé las espirituosas, un par de marionetas/muñecos colgando del techo, unas espadas, decenas de trompetas sobre la pared, la antiquísima caja registradora, máscaras y más arte. Dicen que la comida es muy buena, aunque en esta ocasión no probé nada solido, habría que comprobarlo.
Llegó mi trago sin pintar, con una cereza macerada por el mismísimo barman – Martín Vespa – en sus tiempos de ocio veraniego. Él y su compañero están detrás y encargados de la barra, cual ases bajo la manga.
Me encantó el ambiente de este lugar, la música y la iluminación justa. El techo es corredizo, pero esta vez no tuve ocasión de ver el cielo estrellado.
Luego de mi primer trago pensé en retirarme… Pero por qué no pedir otra mano, si después de todo al día siguiente no se trabajaba. Quería algo fresco y tras un par de intercambios con Martín opté (si mal no recuerdo) por un trago con pepino, mezcla de Gimlet y Cucumber Martini. Mientras lo degustaba, aproveché a llamar a mi gran amiga Florencia en su cumpleaños N° 30, que bueno hubiera estado poder celebrarlo en persona!
Para hablar por teléfono me fui afuera y dado que la conversación se había extendido, cuando volví a la barra, Martín ofreció refrescarme el trago, en parte en chiste, en parte en serio… ¿Quiso insinuarme que las mujeres hablamos mucho?
A este espacio, le doy 3 Bracas y ½, más que aprobado.
Tras terminar, pedí la cuenta redonda de $100, aboné, saludé y partí, cual mano rápida de un Truco, donde más de una vez, un Rey de Copas te salva la vida… O la noche.
Braca