Hace tiempo, bastante ya, que visité este lugar por primera vez y me encantó. En aquella oportunidad – fui en horario de almuerzo -, estaba muy contenta no recuerdo bien por qué y me dije a mi misma que me merecía un regalo, así fue que me senté en bruni (Sucre 696). Pedí unos triangoli di salmone rosso alla panna e limone (Triángulos de salmón rosado, ricotta, reducción de crema, limón y eneldo) que al principio, cuando vi el plato pensé, «Me voy a morir de hambre«. Al rato, no podía terminarlo. Una demostración más de «las apariencias engañan» y es al día de hoy que recuerdo perfectamente lo exquisito que estaba.
Así es como el pasado miércoles volví. Pero dado que tenía un Tupper en la oficina y soy cero tirar comida, fui para el postre. Lo cual es raro en mí, porque no soy muy dulcera pero me había antojado, como suele suceder con los bocados con alto contenido de glucosa.
bruni es grande, tiene capacidad para mucha gente, una planta baja, un primer piso y una terraza que todavía no conozco. Es lindo, minimalista, mucha madera, forma circular como su esquina, con altas cortinas negras, en la vereda mesas con sombrillas, adentro mesas vestidas de blanco, cómodas sillas, una cava horizontal que cruza todo el salón mostrando sus vinos – Ruttini´s varios, entre otros -, un vidrio separa la cocina pero deja ver a los cocineros trabajando arduamente, fotografías en blanco y negro y la luz del sol – a esa hora – que ilumina todo naturalmente. Música acorde, suave, con un volumen que hace sentir su presencia sin entorpecer las charlas.
Apenas entré, un mozo se me acercó y le dije «Hola, me gustaría comer un postre«. Me sugirió una mesa para dos, contra la pared de vidrio que da a la calle y ofreció cerrarme la cortina. Era un día de altísima temperatura y el sol quemaba desde afuera.
Me acercó la carta de postres. Dentro de las opciones mas livianas, ya que hay mucho volcán, mucho chocolate y tenía que sobrevivir el resto de la tarde en la oficina, opté por il vero tiramisu. Acompañé, tal como sugería el menú, con un Ciclos Tardío. Otro guapo mozo me tomó el pedido y alcanzó la copa. Debo acotar que me sirvieron menos de lo que se acostumbra a servir en una copa, pero también, debo agregar que no resultó mal ya que, un poco más no era la mejor opción para terminar la jornada laboral. Sin embargo, el vino no me cautivó, extremadamente dulce para mi gusto.
La cuantiosa porción de tiramisú llegó enseguida y era un manjar, bello, suave, cremoso, esponjoso y húmedo a la vez. En el segundo bocado no sé que fue lo que hice pero aspire el café por algún conducto erróneo y tuve que ahogar una inminente tos que hubiera provocado un papelón importante. Ya de por sí me estaba sintiendo un poco observada por estar comiendo un postre como plato principal, así que, imagínate!
Luego de terminar el postrecito, fui al baño. Subiendo las escaleras la temperatura ambiente ya era otra, calor, mucho calor, calculo que sería porque solo había gente en la planta baja. Pasé frente a la imponente cava y a la derecha están los impecables baños. La puerta estaba complicada, pesada, tal vez hay algunos tornillos que ajustar. Lo demás divino, buen espejo, buena iluminación, elegante grifería y pileta que no salpica.
Bajé. Di un par de sorbos a mi copa y pedí la cuenta que cerró en $87. Aceptan tarjetas, esto para mí, siempre es un plus.
Este lugar se adjudica 4 Bracas. La comida es riquísima, de calidad. El servicio muy sobrio y atento. Una magnifica opción para almorzar o cenar. En su página se puede leer el menú. Imagino que en horas nocturnas la concurrencia debe ser afluente, lo cual no me extrañaría ya que este lugar tiene mucho Rock.
Personalmente, no es una zona que frecuento de noche, simplemente por mi calidad de peatona, pero una velada en bruni debe ser encantadora y un buen intento de conseguir satisfacción.
Braca