El Centenario Plaza Bar

1 de Marzo por la mañana, era mi último día en Buenos Aires. Me levanté y sin desayunar salí a hacer trámites para cerrar mis cosas antes de partir. La baja de la prepaga fue rápida. Luego pasé por una sucursal del BBVA Banco Francés – una vez más una pérdida de tiempo – donde la inoperancia sigue reinando y tras ofuscarme nuevamente con el trato que imparte el peor banco con el que he operado en mi vida, subí por la calle Marcelo T. de Alvear en el barrio de Retiro, doblé por San Martín, vi que Dill & Drinks abría al mediodía (todavía faltaba una hora) y me volví sobre mis pasos.

Subí nuevamente por Marcelo T, rocé Florida y me topé, casi a propósito con el Marriot Plaza Hotel Buenos Aires, ingresé por un costado y me dirigí hacia la puerta, un botones me miró/saludó y le pregunté: «¿El bar?», respondió «Por el hall, bajando las escaleras hacia la izquierda«. Hacia allí me dirigí.

No había desayunado, necesitaba glucosa, mi cuerpo imploraba por un buen café con leche y suplicaba por unas medialunas ¿No habrán  pensado que me iba a tomar un Old Fashioned a las 11 de la mañana? No, parezco alcohólica (y no me quiero curar) pero no lo soy.

Entré al mítico Plaza Bar (Florida 1005), otro de mis pendientes por su historia, por su servicio, por su categoría. No es un lugar grande pero está muy bien distribuido. La barra en forma de L, desde la cual se tiene vista a todo el salón, tiene apoyabrazos de bronce. En el piso, una colorida alfombra estampada, presencia de mucha caoba, techos altos iluminados e iluminando, un termómetro midiendo el calor de la sala. Sillones de cuero color crema, sillas de terciopelo rojo, sillones de cuero negro contra la pared y todas las mesas son pequeñas, bajas y redondas. Los cuadros pueblan las paredes con motivos hípicos, caballos, imágenes de jinetes vestidos de rojo a punto de salir de cacería con sus bellos perros y más caballos. Las banquetas altas son de cuero morado y bronce, sin respaldo. En una de ellas me senté.

Enseguida se acercó el barman puntillosamente vestido, como todo el personal del hotel. Me saludó amablemente y consulto que me serviría. Pedí un café con leche, me ofreció juguito de naranja y agregué un par de medialunas de manteca. Me dijo que iba a fijarse si había y salió por la puerta levadiza de la barra hacia el pasillo, al rato, mágicamente, apareció dentro de la barra con un platito con 4 mini medialunas de manteca que eran una gloria.

Antes de empezar con el desayuno, pasé por el impecable baño, con un enorme espejo. No se puede esperar menos del Marriot, no?

A la brevedad me alcanzó el café con leche, el azúcar blanco en cubitos y azúcar negra molida, puse de los dos. El jugo recién exprimido y una copita de agua completaron mi desayuno que en 45 segundos me hizo olvidar el malestar provocado por aquella horrorosa institución financiera.

Comencé a conversar con el barman sin que él dejara de estar atento a cada cliente que se encontraba sentado, todos masculinos, todos mayores, todos parecían hombres de negocios. Claramente es un lugar que por su tranquilidad invita a organizar pequeñas reuniones allí.

Al rato de estar yo sentada, ingresaron 2 hombres jóvenes que pidieron unas Pepsi‘s – destapadas con un abridor empotrado en la barra – y apenas se miraron una sola vez, el resto del tiempo cada uno estaba ensimismado en sus smartphones. “¿Para que se juntaran?”, me pregunté. Uno aprovechó las instalaciones para conectar su teléfono, detalle no menor.

La charla con Gregorio era entretenida. Surgió el tema de mi viaje, de sus hijos, de nuestro país tan rico y mal administrado, de la educación, la cultura, de mi carrera, de la seguridad y demás. Me ofreció más jugo y más café, bienvenidos ambos.

Otro detalle del personal, todos cuando te miran, te saludan, todos los que me crucé. Reglas del hotel o no, da gusto.

Cuando aún quedaba algo de jugo y agua, Gregorio les acercó a los 2 muchachos alienados un plato de papitas que sacó de una enorme fuente. Luego llenó otro platito, se acercó y me ofreció amablemente unas papitas fritas (sin aceite brotando) recién hechas. Qué ricas que estaban, lástima que ya no podía comer más!

En eso me llamo mi querida amiga Florencia y como el nivel de señal no era bueno, se cortó. También hay Wifi, aunque no hace falta decirlo. Lo que sí, comenzó a hacerme un poco de frio por el aire acondicionado.

Pedí a Gregorio Lara – quien hizo absolutamente placentera y memorable mi visita – la cuenta de $78. El Plaza Bar se lleva 4 Bracas. Aceptan tarjetas, por supuesto, pero aboné en efectivo, justamente porque uno de los tramites que andaba realizando era cerrar mis plásticos y cuentas. Hoy, una semana después, aún sigo intentándolo.

No me fui sin antes mencionarle a Gregorio que para la próxima visita tenía que probar algunos de los tragos clásicos que los han hecho famosos y él ratificó la información, la especialidad son los siempre vigentes Old Fashioned, Manhattan, Pisco Sour, Dry Martini y más…

Sin duda alguna, un bar para volver tantas veces como años tiene.

Braca

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