El primero de septiembre finalmente me embarqué en un viaje que tenía pendiente hace mucho tiempo. Sicilia, la tierra de uno de mis bisabuelos, más precisamente la comuna de Pettineo en la provincia de Messina. Ése fue el principal motivo por el cual elegí dicho destino para unas mini-vacaciones, agradecer una herencia invaluable como el pasaporte que me permite hoy vivir donde vivo. Otra razón, los excelentes comentarios sobre la gastronomía siciliana que escuché – uno de ellos provenientes del reconocido Chef Christophe Krywonis -; otra, el caluroso clima veraniego y por último pero no menos importante, las aceitunas sicilianas – Nocellara del Belice -, las más carnosas, sabrosas y mejores que he probado en mi vida.
Día 1
Aterricé temprano en tierra palermitana, tras localizar el Bread & Breakfast y recibir información sobre algunos puntos claves de la ciudad, empecé mi recorrido turístico. Primero visité el Mercato il Capo, un rústico mercado en la Via Cappuccinelle. Un espectáculo digno de ser visto, las diferentes variedades de pescados, frutos de mar, fresquísimos y las numerosas frutas y verduras, todo tentador. Debe ser un privilegio vivir cerca, bajar a la mañana, comprar esa mercadería y cocinarte un pez espada para el almuerzo.
Seguí recorriendo, pasando por la imponente Catedral, otro Mercado, Ballaró en la Via Ballaró, muy similar al Mercato il Capo, pero con más puestos de bazar, donde hay de todo, como por ej. un adaptador que compré para cargar mi celular.
Luego de unas horas de caminatas, por supuesto, tenía hambre y me moría de ganas de probar algo local. Estaba cerca del puerto y el sol quemaba. Así, tras pasar un par de opciones, el nombre de este lugar me convenció de sentarme.
La Trattoria del Pesce Fresco (Foro Italico Umberto I, 3) contaba con numerosas mesas en la vereda, no muy concurridas, pregunté si la cocina estaba abierta, me dijeron que sí. Pasé por el campestre baño y me senté a disfrutar de la vista, del sol, de los locales hablando italiano, de una Birra Moretti y agua mineral fresca.
De entrada, pedí aceitunas y una Insalata di Mare/Ensalada de Mar. No demoró en llegar, pero me parece que la camarera se olvidó de las olivas. La fresca ensalada estaba compuesta por un langostino, pulpo, calamar, mejillones, zanahoria, apio y perejil. Liviana, para arrancar.
Sin prisa, terminé mi ensalada y seguí con el principal, Spaghetti cozze e Vongole/Spaghetti con mejillones y almejas, condimentado con ajo, perejil, vino y aceite de oliva. Simple, riquísimo, a punto.
Después de eso, estaba más para una siesta que otra cosa. Me ofrecieron café, pero todavía estaba disfrutando de la cerveza. Una vez que se había acabado, otra vez llegó la oferta de café y acepté. Era un ristretto en un vasito de plástico sobre un plato bastante grande. Yo no estoy acostumbrada a un café tan poderoso, por lo que le puse un poquito de azúcar. En una mala maniobra, tumbé el café sobre el plato, ¡Ouch! Siguiendo la «regla de los 5 segundos«, volqué de nuevo el contenido en el diminuto vaso y lo tomé… Por suerte no morí en el intento y si hay algo que saben los italianos, aparte de ganar mundiales, es preparar excelente café.
Pedí la cuenta, que no demoró en llegar, €27. La relación calidad/cantidad/precio la dejo a vuestro criterio. 3½ Bracas.
Seguí mi recorrido turístico y pasada la tardecita, regresé al B&B para tomar una ducha y encontrar otro lugar para seguir comiendo.
Eran pasadas las 8 de la noche. Salí en busca de uno de los lugares recomendados pero estaba cerrado por vacaciones. Por suerte, seguí caminando y a mi izquierda divisé una iluminada esquina llena de gente sentada en banquetas con barriles como mesa y tomando diferentes bebidas. Parecía una foto sacada de una publicidad de Cinzano o Campari…
No dudé mucho en entrar e inmediatamente percibí una vívida atmósfera. Pedí un menú, y a pesar de no entender ni la mitad del mismo, pedí una mesa, que era una antigua máquina de cocer. Así comenzó una relación entrañable con la Premiata Enoteca Butticè (Piazza San F.sco Di Paola, 12 – 90138).
Decoración simple, pintura blanca, estanterías con cientos de botellas de vinos y bebidas espirituosas a la venta, una bicicleta de vaya a saber de que año colgada en una de las paredes y jazz sonando dan forma, sonido, color, aroma y dimensión a este joya en el medio de Palermo.
Dado el calor, me incliné por un vino blanco autóctono. Me invitaron a probar algunos y opté por algo fresco y frutado, un Grillo, del cual no anoté y no puedo recordar la bodega, pecado. Detalle, aquí se sirve sin jigger, sin medida, a ojo.
Le pregunté a la camarera si tenían aceitunas, me dijo que no, pero salió corriendo y volvió a mi mesa con un bol de tortillas de maíz y una bolsa de papel con dos panes rellenos de jamón y queso, que apenas probé sino me iba a llenar con eso nomás.
En el ínterin, en mi mesa contigua, se sentaron tres italianas que intentaban sacarse una selfie. Me ofrecí para sacarles una foto, me agradecieron y luego de la toma, una de ellas me preguntó de dónde era, que hacía sola y me invitaron a su mesa. Les agradecí pero preferí dejarlas ponerse al día y seguir observando lo que acontecía a mi alrededor.
El toilette, merece un destacado. El baño de damas y discapacitados, comparte una puerta roja corrediza con el de caballeros. De dimensiones amplias, luminoso, limpio y con detalles como una biblioteca.
Arranqué con un Carpaccio di Baccala´/Carpaccio de Bacalao, solo condimentado con aceite de oliva y pimienta, acompañado de chutney de repollo colorado, láminas de zanahoria y repollo blanco, abundante porción y sutil sabor.
Terminado el vino y la entrada, acudí a la ayuda de quien parecía ser el dueño y cocinero del lugar – ya que andaba con su delantal puesto-, para elegir un vino acorde al plato siguiente. Seguí con un blanco, Terraza del Volcano, más seco y mineral. De principal, había pedido un Involtini di Pesce Spada, entendía que era Pez Espada y el Involtini resultó ser una especie de arrollado/brochette empanado con hojas de laurel, acompañado de una lámina de mango y zanahoria. Un poco árido, pero el sabor del pescado impecable.
La cuenta fue de €38. Barato no, lo valía, sí. Dejé propina por el amable servicio y todos me saludaron muy calurosamente. 4½ Bracas.
Cuando me iba, me sorprendió ver que la vereda con barriles estaba vacía, pero era martes. El resto de las noches no fue así.
Día 2
Me levanté relativamente temprano, ya que tras una furtiva recolección de información en la estación de trenes el día anterior, tenía que partir temprano para Tusa, la estación más cercana a la comuna de Pettineo. Así emprendí la travesía.
Desde el tren, durante casi todo el recorrida podía ver el mar con sus diferente gama de azules y verdes sobre las costas. Hermoso. Así, medio durmiendo y medio admirando llegué a Tusa alrededor de las 10:30. Allí el italiano se me complicó un poco más con el dialecto local, pero tras preguntar en el Café de la estación, aparentemente un colectivo/pullman a Pettineo pasaba a las 13:30. Por lo que, me compré unas uvas verdes y me fui a la playa.
Luego de rostizarme un poco, fui en búsqueda de alguna lugar donde sentarme a comer. Una pizzería me dijo que abrían a la 1pm. Me crucé y me senté en un bar con vista al mar, me pedí una Heineken y mientras disfrutaba la vista y la conversación de un grupo de locales, en una radio, comenzó a sonar A Kind of Magic. Impagable.
Cuando me levanté para pagar, pregunté nuevamente si conocían los horarios a Pettineo, pero no. Me fui silbando bajito, divisé unas escaleras que daban a un restaurante Grotta Marina (Via Cesare Battisti, 7, Tusa ME). Pregunté si estaba abierto y elegí una de las mesas, tenía todas a mi disposición. Volví a consultar lo mismo y al menos me dieron un horario más preciso de partida, 13:45.
Fui al decente y limpio baño, volví y pedí una Birra Messina y agua mineral bien fría. Me acercaron una canasta con pan y unos Grissini Torino que estaban riquísimos. Pedí aceitunas y ¡tenían!… Pero cuando me trajeron el plato me di cuenta que no eran las aceitunas que estaba buscando. Igual, con desilusión, las comí. Pedí un plato de Spaghetti a la Tarantina, después de eso vería si ordenaba algo más. No los quería ofender, por las dudas, ¡porque los italianos comen mucho! Tienen el Antipasti, Primi Piatti, Secondi Piatti y el Dolce, si llegaba a comer todo eso, necesitaba dos días más y pagar sobrepeso en el aeropuerto a la vuelta.
En eso que estaba terminando las aceitunas se acerca un mozo con un papelito con los horarios del pullman a Pettineo, ¡qué grande!, le agradecí y me preguntó si estaba lista para la pasta. Así arribó pronto el plato con los spaghettis en su punto justo con salsa de tomate, mejillones y perejil. Otra vez, simple y balanceado.
Tras haber terminado mi plato y no tener espacio ni mucho más tiempo, el mozo me regaló unos recuerdos del lugar, una postal y un folleto del restaurante, que también es Bread & Breakfast. Intercambiamos una breve charla sobre mi interés en Pettineo, le mencioné los apellidos de mis ancestros y me dijo que eran eran típicos de la comuna, ahí me corrió un cosquilleo por el cuerpo.
Le pedí la cuenta y me dijo €15, nada de papelitos o factura. Pagué y me despedí, cálidamente con dos besos. 3½ Bracas.
Mientras esperaba en la estación, apareció quien era otro chofer y me confirmó que ya venía el pullman a Pettineo. Para mi alegría llegó puntual y con aire acondicionado. Pagué el boleto y me lo picaron en la forma tradicional. En el recorrido entre otras cosas me asombró un altísimo puente carretera, las enormes extensiones con plantaciones, la altitud del camino, las casas edificadas en las cimas de las montañas, la sequía de la temporada.
Pensé que tenía dos paradas, pero por suerte me levanté a preguntar en la primera y el chofer me dijo que estaba en Pettineo. Visité el Roxy Bar frente a la parada, donde pedí un cappuccino. Le comenté al dueño acompañado de sus hijas, si de ahí podía ir a Taormina, otro destino recomendado, pero tras una llamada telefónica a no se quién me informó que el pullman ya no partía a Messina, desde donde tendría que viajar y desde allí ya no tenía horarios para dicho balneario. Descartando ese rumbo, le pregunté a que hora era el colectivo para volver a Tusa y me dijo a las 3 de la tarde, por lo que tenía 45 minutos para encontrar alguna señal de mis ancestros.
Terminé mi café y emprendí un corto recorrido por algunas callecitas del pueblo, sólo las lagartijas mimetizadas en las calientes paredes me acompañaron. Encontré dos iglesias, una vista panorámica y de casualidad un cartel que indicaba el cementerio, así que para ahí encaré. ¿Qué mejor lugar qué encontrar huellas de las generaciones pasadas?. Y sí, ahí había lápidas con apellidos familiares. No podía dejar de pensar los motivos que habrán llevado a mi bisabuelo a emigrar, a tomarse un barco c0n su familia, cruzar el Atlántico en un viaje de meses y terminar en San Francisco, provincia de Córdoba.
Fue un corto, silencioso y respetuoso paseo. Me retiré con un nudo en la garganta mirando al cielo rogando que mi Abuelo Santos desde allí me estuviera observando.
Frente a la parada del pullman, hay un taller mecánico, donde por pedido de mi madre, pasé a agradecer a Mariano, un local que en su momento le dió un aventón hasta la granja ecológica donde se alojó. Él se acordó y entre mi argentino y su italiano entablamos una amena charla. Me invitó un café y no quería ser descortés, entonces nos dirigimos al Roxy Bar hasta que llegara mi colectivo. No faltaba mucho para ello, expresé mi nerviosismo y me dijo «tranquila, tranquila«. Estábamos el mecánico, un carabinero comiendo un helado y dos locales más, todos charlando con Rocco, el dueño del bar. Llegó el pullman y salieron a decirle que espere. Una vez que terminé mi café y me despedí de todos y con dos besos de Mariano, me subí al mismo colectivo en el cual había llegado. Saludé desde mi asiento, agradeciendo la hospitalidad italiana que creo, los argentinos también heredamos.
Así volví a Tusa, disfrute de la playa un poco más hasta que mi tren a Palermo me regresó a la ciudad y con ello a la Enoteca, otra vez.
Esa noche, estaba para un tinto liviano. Tras otra mini degustación y romper una copa en el mostrador, me decidí por un Cerasuolo di Vittoria, al cual le pedí que le bajaran unos grados de temperatura.
Otra vez, descifrando el menú que muta todos los días, pedí Tuma in Pastella pensando que era algo con atún, pero resultó ser Queso mozzarella empanado frito. No me molestó haber malentendido la carta. Y de segundo, pedí Moscardini Murati, a lo cual Pepe, el dueño, me pregunta si sabía como era preparado, le dije que no y que me animaba a probar. Este plato resultó ser unos pequeños pulpos enteros con salsa de tomate. No apto para impresionables, pero eso no fue un problema para mi. La salsa, también muy equilibrada, ni ácida ni dulce, y cuando mordía los púlpitos sentía una diminuta explosión y la tinta del pulpo combinándose en mi paladar. Una experiencia distinta y deliciosa.
No estaba para postre, pero si para un Lemoncello. No tenían, sin embargo la camarera desapareció de nuevo y volvió con un botella de Passito, un vino dulce típico de Italia también y me sirvió una generosa medida. Que dicho sea de paso, fue de cortesía.
Otra vez, saludos cordiales, panza llena y corazón contento.
Día 3
Habiendo cumplido mi cometido de llegar a Pettineo, el tercer día era de menos viaje, más relajación y disfrutar de la costa marítima. Mondello, una de las playas de Palermo, que visité en mi primer día, no me gustó, no estaba muy limpia y había demasiada gente, así que pregunté al dueño del B&B donde podía ir. Me dijo que San Vito Lo Capo era la playa más linda de Sicilia, pero el único colectivo que me llevaría salía a las 6:20 de la mañana. Olvidate. Después de todo, eran vacaciones. Me recomendó Cefalú. Recordaba que era una de las estaciones que había pasado de largo en mi camino a Tusa, por lo que, hacia allí encaré.
Arribé a Cefalú alrededor del mediodía y me anoté los horarios de tren de vuelta a Palermo. Enseguida este pueblito me dio mejor impresión. Más chico, pero más limpio y preparado para recibir turistas, con una hermosa playa con imponente promontorio rocoso.
Empecé a caminar siguiendo mi instinto, encontré una calle comercial y comencé a bajar en dirección a la playa. No tardé mucho en encontrarla y divisar algún lugar para comer, después de todo ya era hora de almorzar.
No perdí tiempo buscando y entré a un típico restaurante de playa, con una terraza cubierta y otra descubierta con sombrillas estacadas en la arena. No había casi nadie sentado, por lo que elegí una mesa bien ubicada.
Pedí una cerveza, Birra Moretti Baffo D’Oro, que no me gustó tanto. De comer, no me puse muy exigente y elegí una Pizza al Prosciutto. Nada especial.
El servicio fue de los peores que recibí durante mi estadía, muy poca dedicación al cliente. Tuve que levantarme a pagar, tras pedir dos veces la cuenta y los baños, eran los del balneario playero. La cuenta fue €10,50 incluyendo el cubierto, pagué para nunca más volver.
Disfruté de la playa, el sol, el mar y alrededor de las 7 encaré para el centro histórico. Previo paso por una heladería, la de Serio Giuseppe. ¡No podía irme de Italia sin comer helado!, elegí limón y melón, buenísimo. €5 por un abundante y memorable helado.
Seguí caminando por la costa, luego me adentré por las estrechas calles en subida. Compré unos imanes de recuerdo para mi Jefe que me había pedido y en eso, divisé un restaurante con un hermosa vista al mar en el fondo. Seguí caminando un poco más hasta llegar a una escollera y luego regresé sobre mis pasos.
Todavía tenía el helado en la garganta, pero la vista del restaurante me conquistó y decidí tener una temprana cena, después de todo, tenía un tren de vuelta pasadas las 9pm.
Con la decisión tomada entré a Vecchia Marina (Via Vittorio Emanuele 73/75, 90015) y a pesar que los precios de la carta me sorprendieron un poco, no me arrepiento de cada centavo. Agradecí haber divisado desde la calle la vista, porque mientras cenaba el atardecer caía, las gaviotas revoloteaban y eso es un recuerdo imborrable.
Como no había nadie, pude elegir una mesa frente a la ventana con toldo que daba justo frente al mar. De nuevo el calor invitaba a un fresco vino blanco. Consulté vinos por copa y me recomendaron un Cattaratto, otro autóctono.
Después del helado no estaba para entrada y principal, por lo que pedí el segundo nomás, Tagliata Tonno/Corte de Atún con una porción de Spinaci all’aglio/Espinaca al ajo. Algo que me encanta del atún que parece que estás comiendo un bife de carne, cuando en realidad es pescado, con ese sabor tan característico. Éste era asado, condimentado con sal gruesa y aceite de oliva y la espinaca al vapor con la cantidad de ajo necesaria para imprimir dicho sabor y aroma pero no matar a nadie. Otra vez, el balance perfecto de sabores.
También me acercaron una cesta de pan y grisines que picoteé antes de que llegara el atún. Mientras cenaba algunas parejas comenzaron a llegar, las tres mayores de 50. Me dediqué a observar el paisaje y los demás comensales. No me aburrí ni por un segundo.
Tras terminar mi cena y mi vaso de Cattaratto, no estaba para postre, pero si para un digestivo, un Lemoncello. Aquí si tenían y también fue de cortesía.
La cuenta en rústico papel azul fue de €30. Los gustos hay que dárselos en vida.
Día 4
Y llegó el último día. A Taormina y a San Vito Lo Capo se me complicaba llegar, por lo que, escuchando otra vez la palabra del dueño del B&B, visité un poco más de Palermo. Tras esperar un colectivo por una hora, subí a las altura de la ciudad y fui a ver el Domo de Monreale. Según Wikipedia, «la catedral de Monreale es uno de los mayores logros del arte normando en el mundo. Es notable su fusión con el arte árabe que imperaba en Sicilia antes de la conquista de la isla por parte de los normandos. La iglesia fue fundada en 1172 por Guillermo II de Sicilia, y muy pronto, junto a ella se levantó un monasterio benedictino». Cuestión que no entré, porque como vestía un short, no me dejaron ingresar, y a pesar que vendían una especia de túnica para cubrirte, me negué. Saqué unas cuantas fotos desde afuera y fui por comida. Claro.
Había unos barcitos al frente de dicha catedral y elegí el Bar Mirto Giovanni (Piazza Vittorio Emanuele 15). Sin la menor idea de lo que ordenaba pedí media pinta de cerveza local, un Arancini y un Rolló. El primero resultó ser una bola frita de arroz y queso mozarella cubierta con pan rallado y el otro un pancito relleno de jamón y queso mozarella. Me comí el Arancini y un poco del Rolló, que no pude terminar pero guardé para después. Pagué €8 y volví a la parada del colectivo para retornar a la ciudad/estación de tren y disfrutar mis últimas horas de playa y sol.
Así terminé en Campofelice, pensando que sería algo como Cefalú. No lo es. Pero al menos, en la estación en construcción alguien me indicó como llegar a la playa, vi el horario para volver a Palermo y me relajé a disfrutar de una playa casi casi desierta con casas cercanas, un libro de cuentos cortos y el resto del Rolló traído de Monreale.
Horas más tarde, ya en Palermo, no podía irme sin despedirme de mi restaurante favorito. De nuevo la vereda de la Enoteca estaba repleta y viva.
Entré y ya me saludaron con «¡Oh nuestra amiga argentina!». Si me reciben así, ¡¿Cómo no me iba a gustar este lugar?! Me preguntaron si iba a comer, les dije que sí – me estaba muriendo de hambre y sed -, pero primero iba a tomar una cerveza afuera. Me recomendaron una cerveza local y acepté. Una Palermo de Palermo, excepcional.
Luego, me ofrecieron un lugar en una mesa enorme que esta frente a la puerta. Tras cruzar unas palabras con la cajera, novia de Pepe, y contarme sus deseos de viajar a Argentina y Ecuador, me senté y al rato, entró una pareja y me presentaron a otra argentina con la cual nos saludamos como si nos conociéramos y en 5 minutos hicimos en resumen de nuestras vidas y por qué estábamos en Palermo. Esas cosas de argentinos que se encuentran en el Exterior.
Una vez que estaba sola de nuevo, pedí recomendación de algún vino blanco, el calor seguía alejándome del tinto. Pero quería un blanco con mucho cuerpo, por lo que me ofrecieron un Leone d’Almerita (Catarratto, Pinot Blanc, Sauvignon Blanc y Traminer), si lo ve en góndola, cómprelo. No se va a arrepentir.
De Primi Piatti, escuché el comentario del novio de mi nueva amiga y elegí el Caserecce Buttice’ (Calamari, Pom. Secchi, Capperi, Pomodorini, Basilico). Éste plato, ha sido el mejor plato de pasta – sin contar los tallarines caseros de mi Mamá – que he comido en los últimos años. Sino fuera, porque ya había pedido el Secondi Piatti, hubiera pedido otra porción y otra más para llevarme en un Tupper. La cocción estaba al punto perfecto, al dente. Lo mejor fue la combinación de las especies y condimentos, sin eliminarse entre sí, equilibrado, sabroso, ni picante ni salado, liviano y llenador a la vez y el calamar para agregarle presencia al paladar. Una obra de arte culinaria, simple y memorable. Me tomé todo el tiempo del mundo para disfrutarlo con la copa de Leone. Una exquisitez.
Luego de un impasse, me trajeron el Secondi Piatti, el Bollito con Giri Lessi. Sin saber bien que era lo que había ordenado, de casualidad me anticipé a cambiar por un tinto. Le consulté a uno de los amables camareros y llamaron a la cajera de nuevo que me acerco una selección de vinos a la mesa. Me sentía en el paraíso, eso era más que servicio. Opté por La Monella, Barbera del Monferrato Frizzante d.o.c..
Y llego mi Segundo Plato y la bolsita de pan. Lo primero que pensé fue: «esto es Puchero»; lo segundo, «¿Cómo hago para terminar esto?». Todavía tengo pendiente encontrarme con algún italiano y preguntarle que parte de la vaca es el Bollito, pero a mi me recordó a la carne que se usa en Argentina para hacer el Puchero, aún más siendo que era hervido también y la verdura que acompañaba era acelga. Comí despacio, tenía que hacer lugar. Y antes de terminar el plato, mi nueva amiga argentina se acercó de nuevo a contarme que estaba atravesando una crisis de pareja. Sentí que en ese momento le vine como anillo al dedo para descargar. Hoy, seguimos en contacto, tal vez en alguna visita a Argentina la pase a visitar.
Coroné con otra botella de Palermo, ya que la noche ameritaba y además era mi última noche con temperaturas de verano. Luego, pedí la cuenta que fue de €34.
Me despedí de casi todo el personal que me había brindado una excelentísima atención y una hospitalidad no sólo de calidad sino con calidez, es difícil encontrar lugares como éste, que deje un paladar feliz, anécdotas para contar y hermosos recuerdos, como el deseo de ¡Buona Fortuna! de Pepe cuando me despedía de la Enoteca y de Sicilia, casi al mismo tiempo.
Braca