Durante el mes de julio mi Mamá y mi sobrina anduvieron por tierras catalanas. Dado que no se animaron a visitarme por tierras anglosajonas – «Si Mahoma no va a la montaña….» -, pude arreglar unos días en mi pub y viajar a Barcelona.

Mucho, mucho calor, sol, playa (¡Qué lindo el mar!) y por supuesto, comida local. Mi hermana mayor vive en Sarrià-Sant Gervasi, un barrio de bastante categoría y por lo tanto, bastante caro, por lo cual, no hacemos compras por ahí.

Sin embargo, uno de esos días, tenía el honor de invitar la cena y mi hermana dijo: «Vamos a Los Gallegos«. Claramente, ante mi golosidad por los bichitos de mar, fuimos por ello, muy a pesar de mi sobrina que no le gusta el pescado, ni nada que provenga del mar… Ay Dios, qué juventud perdida.

Fue así que, íbamos caminando hacia «Los Gallegos», pero resultó ser que el restaurante se llama Bar La Campana (Carrer de Clavet, 28) y «los gallegos» son los mozos y – seguramente también -, los dueños.

El lugar es un típico bodegón español, bien rústico, con barra proveedora de todo, azulejos azules, jamones por doquier, olor a comida, mucha comida a la vista y baño que es un sauna.

Cuando entramos uno de ellos saludó a mi hermana por el nombre propio. Nos sentamos afuera, la noche estaba espléndida. Agarré la carta escrita a mano y empecé a leer. Es larga y copiosa, llena de platos con gusto a mar y también a tierra. Pedimos de bebidas: una Coca-Cola para la menor, cerveza y también un vinito tinto, Vynia Rovisel, zafa con decoro.

De comida: para mi sobrina patatas fritas con salchichas a la plancha. Y yo, me tomé la atribución de pedir por mi Mamá… Empezando por espárragos con jamón crudo, siguiendo por chipirones fritos, langostinos asados, calamares a la plancha, y mi hermana se empezó a preocupar «¿Todo eso van a comer?». El tema es que los platos son porciones individuales, pero nada pequeñas y van llegando, y los ponen en la mesa y no podés parar. Mi hermana pidió un plato principal pero, luego de un rato, José le informó que se había vendido todo durante el día, así que se sumó a la comilona de los platitos. A no olvidarme del pan, que no es sólo pan, es pan con tomate y aceite de oliva.

Mi Mamá se había quedado con ganas de gambas al ajillo, pedimos, pero no había más tampoco, ouch! Por lo que, de nuevo a leer el menú manuscrito y fuimos por el Pulpo a la Gallega, no sin antes preguntarle a Pepe si era muy picante y dijo: «Mmmm, no tanto«. Cuando trajo el – abundante – plato y le hinqué el diente a un trozo de pulpo colorado por el pimentón, me saltó mi descendencia con acento y todo: JODER! Si eso no era tanto, no me imagino lo muy. En eso se acerca José para preguntar que tal estaba y apenas pude responder: «picante«, exclamó con su voz grave: «Mejor!«. Y si, qué rico estaba.

Estos lugares son un lujo, no hace falta doble vajilla ni música chill out… A estos lugares se viene a comer-comer/explotar. Luego de terminar (como pudimos – ni las migas quedaron) pedí la cuenta de €52,80 totalmente disfrutados y partimos. 4 Bracas para La Campana. Bon profit! 

Lo más difícil de la calurosa noche fue, después de todo eso, subir los 4 pisos por escalera al departamento de mi hermana… JODER!

Braca

Pd.: Hubo revancha. Volví en agosto a Barcelona, para despedir a mi Mami y sobrina y regresamos a tocar La Campana. Esta última vez nos castigamos con una buenas gambas al ajillo, un riquísimo salmón a la parrilla con lechuga, repetimos chipirones y carne a la parrilla con patatas fritas para mi sobrina, aunque todas picaron de ese plato. Esta vez hubo postre – Bombón suizo o algo así para mi Mamá -, que dicho sea de paso, en la carta hay más de los que realmente tienen en stock y mi hermanita se tomó una copita de un aperitivo llamado Patxaran. Esta vez, los honores del pago, corrieron por su cuenta.

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