Buenas, buenas, espero hayan comenzado el 2018 de maravillas. Por mi cuenta, una de las cosas que anoté en mi flamante diario es escribir al menos un post mensual. El año pasado lo avoqué mayormente a la música, y este año, dicha dedicación será aún mayor, pero prometo volcarle más horas a mi blog, que tal vez, alguien todavía lee.
Antenoche me fuí a la cama temprano y ví la pelicula Julie & Julia con la siempre maravillosa Meryl Streep, y me motivó a sentarme a escribir de nuevo. Después de todo, si hay algo que me gusta además de cantar es comer (y salir a comer). También ya es hora de que termine de contar mis andanzas culinaria en la Gran Manzana.
Dia 6 – 27/11/2015
Era mi único y último viernes en NY, así que de nuevo me levanté temprano, salí a caminar silbando bajito, hasta que pasé por un lugar que me pareció estaba lindo. Me senté a desayunar en el Caffe Bene (246 5th Avenue, 10001). Pedí un cappuccino y una turnover de espinaca y queso, que consiste en una pastelería de origen griego, tradicionalmente de forma triangular rellena. Tras pedir la cuenta ($7.89), enfilé para el lado oeste de la ciudad, pasando por Times Square, que de día es un escenario completamente diferente, casi que pasa desapercibido sin el estruendo de las luces.
Siguiendo la recomendacion de la neoyorquina que había venido a mi pub, llegué a IPPUDO (321 West 51st Street, 10019) para lo que fué, un felíz deleite de japonés ramen. En la puerta había fila para entrar, lo que es siempre una buena señal. Afortunadamente, no tuve que esperar mucho, ya que fué facil sentar a un persona sola, y en mi ubicación preferida, la barra. Cada vez que alguien cruza las cortinas de la puerta de entrada, los empleados gritan un saludo de bienvenida.
Como muchos lugares de comida japonesa, la decoración es minimalista y con gran presencia de madera. En esta sucursal, la barra rectangular ocupa un lugar central. Me pedí una cerveza Sapporo, unos buns de cerdo, de una esponjosidad que jamás había probado y un bowl Akamaru con huevo, que consiste en una mezcla secreta de miso de IPPUDO (umami-dama) y aceite de ajo, servido con fideos finos caseros, chashu de vientre de cerdo, brotes de soja, setas kikurage y cebolletas. Un manjar delicado, sabroso, y llenador.
Sin dudarlo, un hallazgo. 4 Bracas. La cuenta fue $33.75+propina. Y partí de nuevo, a caminar y bajar la comida.
Una asignatura pendiente era subir a un rascacielo, y tuve elegir uno, ya que para dos, no me daba el cuero. Le había preguntado a unos chicos que trabajan ahí qué hora era la mejor para subir y me recomendaron las 4:30pm, así podía ver el atardecer. Lo que omitieron mencionar, fue el tiempo de espera para ingresar al edificio. A pesar de que haber comprado el ticket (USD30) anticipadamente, la fila me la tuve que comer igual y, aunque llegué a las 4pm, no entré hasta las 5:15pm cuando el sol ya se había ocultado. Una lástima, me imagino que debe ser muy lindo ver el sol caer en New York desde los 541 metros de altura que mide el One World Trade Center (285 Fulton St, 10007).
Abierto en noviembre de 2014, la Torre de la Libertad/Freedom Tower es una experiencia interesante. Por supuesto, dado el desgraciado episodio del 11/9 los controles de seguridad son similares a los que se realizan en un aeropuerto. También hay una placa de advertencia para personas sensibles a experiencias de simulación, con miedo a las alturas o terror a volar, ya que los 60 segundos que dura el viaje en ascensor tal vez no lo encuentren placentero. En mi caso, que sólo sufro si un plato contiene cilantro, disfruté mucho el paseo vertical, donde se proyectan en las paredes del ascensor imágenes narrativas de New York tranformándose arquitectónicamente con el correr de las décadas, con el ataque a las Torres Gemelas incluído, por supuesto. Toda una produccion hollywoodense muy interesante, que el Empire State no ofrece.
Es de esperarse que los precios fueran acordes a la altura de la torre. Me tomé una cerveza local, Radiant Pig Gansgter Duck, estilo red ale, por $12.69 con propina del 18% incluída.
Una vez que me cansé de sacar fotos y observar la impresionante vista, ya se me había hecho tarde para aprovechar la entrada gratuita de los viernes al MoMa (actualmente son gratuitas las noches de viernes de 4-8pm), por lo que me tomé el subte para ver si llegaba al teatro.
Una vez en Times Square, había leído que School of Rock – la versión teatral de una de mis películas favoritas – estaba en cartelera desde noviembre. ¡Qué mejor opción para ver mi primer obra en Broadway! También había leído que se podían conseguir entradas más baratas. Eso sí, esto no es en la boletería del teatro, donde el no muy amable señor en la caja me dijo que ‘él sólo tenía ticktes for 120 dólares’. Por suerte, existe TKTS, y allí conseguí un asiento por USD51.50 (impuestos y gastos incluídos). Lo mejor de todo, es que el Winter Garden Theatre, son ese tipo de pequeños teatros que se ve excelente desde la última fila, donde más o menos estaba yo. Cómo esperaba, la obra no defrauda, excelente actuación, con banda en vivo y talentosísimos niños que la descosen cantando. Ojalá a esa edad yo hubiera aprendido a cantar así.

Extremadamente contenta salí del teatro y como era de esperarse con un hambre para treinta y dos. Intenté el Bar 54, pero la espera era de 35 minutos y la cocina cerraba en 5, por lo que pasé de largo.
En mi lista tenía otra recomendación que me decepcionó. Smith & Wollensky (49th Street & Third Avenue, 10022). Ingresé por la puerta principal y me mandaron a la puerta del grill, donde andaba un hombre intoxicado con alcohol, o drogas o ambos. La recepcionista no estuvo muy contenta de que me sentara en una mesa, pero la barra, por primera vez no invitaba a sentarme; el mozo, tal vez tenía ganas de irse a su casa, porque tampoco demostró mucha hospitalidad. Para beber pedí una cerveza que me sirvieron en una vaso de Guinness, y de comer, una ensalada Caesar y un bife, que lucía robusto, rosado y hermoso, pero cuando lo comí lo noté seco, apenas tierno y no muy caliente.
No invierto más tiempo describiendo mi olvidable experiencia, si Uds. van, ojalá los traten mejor que mí. La cuenta fue USD67.50 más (si mal no recuerdo), el 10% de propina, que no se la merecían, pero no dejarle me daba más vergüenza que a ellos el servicio brindado. 1 Braca para Smith & Wollensky.
Tras semejante asalto, volví a casa caminando, no tenía ganas de gastar otro dólar.
Dia 7 – 28/11/2015
Ya me estaba acercando al final de mi viaje. Así me encontraba a las 11:20 am en una mesa del Flatiron Green Cafe, tomando un cappuccino con un bagel de queso en la calle 23 y Broadway, con el Empire State de frente en un día nublado y cero frío. Sentada en mi cuarto ahora mismo, las imágenes se encuentran vivídas en mi mente, sin necesidad de cerrar los ojos.
Caminé por las calles, con algunos lugares en mi lista para visitar. Así llegué a Uva (1486 2nd Avenue, East 77th & East 78th St, 10075) donde me quedé casi tres horas. Para mi fortuna, no había mucha gente, me senté en la barra donde el bartender se encargó de darme charla y una que otra copa de cortesía.
Empecé por una Polenta Tartufata, polenta fresca con queso robiola en salsa cremosa de trufa negra. Debe haber sido la primera vez que pido polenta en un restaurante, pero no me arrepentí. Bueno, tal vez, sí un poquito cuando ví el tamaño de la porción, pero estaba riquísima y super cremosa.
Tuve oportunidad de degustar un par de vinos, un Cabernet Sauvignon californiano, Rock & Vine 2014 y un Bordeaux Blend sudafricano, Glen Carlou 2011 y pedí una copa de Merlot, que fué la única que apareció en la cuenta.
Le comenté al camarero que tenía que ir a un lugar que me habían recomendado con albóndigas como especialidad, pero lo dejé convencerme de quedarme y probarlas ahí. Pedí unas Polpettini de Vitello, mini albóndigas de ternera cocidas en una sabrosa salsa de tomate con ciabatta a la parrilla. Recuerdo que estaban muy ricas, pero no dejan de ser albóndigas, tampoco es nada del otro mundo.
4 Bracas para Uva. Se hicieron las 5 y media de la tarde y ya era hora de partir. Pedí la cuenta, USD32.15 más propina, saludé a AK y me despedí con una sonrisa.
En mi lista de mejores bares se encontaba Mace (649 East 9th St, 10009) que tal vez, de no haber estado decorado con tanto espíritu navideño me hubiera convencido un poco más. Con tantas luces de colores, bolas de Navidad, confites y gorritos rojos, perdió un poco de seriedad. Me pedí un Grinch, que me sirvieron en un vaso con un sticker de Papá Noel. Cómo será que me acuerdo de ese detalle, pero no, si el trago me gustó.
Dejando de lado mi carencia de espíritu festivo, noté que la barra y las 8 mesas se llenaron antes de las 8pm, lo cual habla muy bien del lugar. 3 Bracas para Mace. Pagué la cuenta de USD14 (más propina) y pasé a despedirme de un par de lugares.
Me tomé un par de mini pintas de cerveza negra en McSorley’s Old Ale House, y tras charlar con uno de los empleados, me recomendó un lugar para comer en la misma cuadra, «la mejor comida thai de NY» dijo. Así que mi ante-última cena en New York, fue comida tailandesa en East Village Thai (32 East, 7th St, 10003), un pequeño y muy modesto restaurante, cierra los domingos y sólo aceptan efectivo. Mencioné que soy muy cobarde para lo picante y odio el cilantro, por lo que seguí las recomendaciones de quien me atendió. Lo que no recuerdo son los nombres de los platos ni cuánto pagué, pero si que la comida estaba buenísima.
De allí, pasé a despedirme también de mis nuevos amigos del NoMad Hotel con un par de tragos, entre ellos un Beefeater Martini y algo más. Otra vez me agasajaron y trataron de maravillas. Sin duda, mi bar favorito en la Gran Manzana.
Dia 8 – 29/11/2015
Y todo llega a su fin.
No podía despedirme de New York sin estilo, así que tras caminar una vez más las paralelas calles y avenidas, pasé por el mercado de la Grand Central Terminal, y luego me encontré con el St. Regis (2 East 55th Street, at 5th Avenue, 10022). Me dije, ¿Por qué no?
Desayuno Continental completo incluido el New York Times y las noticias desde Argentina, con servicio de lujo, inolvidable. Los camareros me cambiaron las facturas por medialunas y me llenaron de mermeladas austríacas (grosellas, naranja, frutillas, damasco) y múltiples sonrisas. Así da gusto madrugar.
Para completarla, ligué tour por el hotel incluyendo un dato que desconocía, la librería más antigua de New York, se encuentra allí mismo. Gracias Tony y Mohammed.
Pagué la cuenta, USD39.20 más merecidísima propina. No podría haber salido de ahí más contenta con mi elección. 5 Bracas para el St. Regis, espero poder volver. Pronto.
Me gasté los últimos dólares comprando unas bufandas, a modo de souvenir, en las veredas de la 5ta Avenida, donde el vendedor me dijo algo así como que la ciudad me había exprimido hasta el último centavo. Volví a mi provisorio hogar a buscar mi valija y partí a tomarme el NYC Airporter.
Ya en el Aeropuerto JFK, no me quedó otra que cenar, ya que tenía unas horas de viaje. Lo cual me recuerda, no volver a hacerlo. Recomiendo a mis lectores: desayunar, almorzar, merendar y/o cenar fuerte antes de volar, ya que este aeropuerto no es barato, y tampoco ofrece tantas opciones como esperaba para un aeropuerto de semejante renombre y dimensiones.
Me senté en una amplia barra de la Uptown Brasserie de la Terminal 4, Jamaica. Para beber, pedí un vaso de Cabernet Sauvignon, Sledgehammer. Me conquistó el nombre. Y de comer un sandwich de pollo con papas fritas. Bien norteamericana la cena de despedida.
La cuenta, con la propina mínima sugerida del 15%, fué USD35.92. Vuelvo a repetir, consejo de amiga, si su vuelo no incluye comida, no olviden comer bien antes de llegar al aeropuerto.
Así mis amigos, concluyo finalmente, después de 781 días de haber pisado New York por segunda vez en mi vida, mi relato de mis ocho felices días de vacaciones allí. En la ciudad que es tal cual se la ve en las películas, inmensa pero al alcance, ruidosa pero calma, con luces que encandilan e iluminan, con estrellas y gente como uno, con personas que sonrién y otras que no, donde las torres caen y vuelven a construirse, con calles repletas de guantes perdidos y sueños encontrados. Si la visitan, manden mis saludos. Ya nos veremos otra vez, con estos zapatos de vagabunda que anhelan extraviarse.
Algo Sibarita
jajaja tomarse un «Grinch» en epoca navideña en un lugar con mucha decoración haciendo referencia a la época del año. Ahora, mi cultura alcoholica es escasa asi que, de casualiad, te acoordas de que está hecho el Grinch. No tengo ganas de googlear, trabajo practicamente haciendo eso…
La mejor noticia es que vas a intentar dejar un post por mes.
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Hola JJS,
Gracias por tomarte el tiempo de leer y comentar mi post!
Como mencioné, no recuerdo mucho más que la decoración del vaso en que me sirvieron el Grinch, pero tras googlear, acá va la respuesta:
Rye Whiskey
Pedro Ximenez
Nuoc Mam (Salsa de pescado vietnamita)
Bitters de pino
Humo de incienso
Salud!
Braca
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