New York y Yo… Vol. II

Ayer, 10/01/2016 estaba escribiendo este post, que terminé recién a las 4am hora local en Londres. Ya era hora de ir a dormir, dejé las correcciones para hoy y luego postearlo. Hoy, me levanté tarde y me desayuno con la tristíma noticia de que falleció una leyenda del Rock mundial… David Bowie. Sin palabras.

 

Buenas buenas, domingo libre, ¡Qué mejor momento para escribir! con una noche despejada y 5 grados.

Día 3 –  24/11/2015

Otra vez me levanté temprano y salí a disfrutar el sol en una apacible mañana en New York.

Tras un rato de caminata, entré a uno de los lugares por lo que pasaba. Tarallucio E Vino (15 Este, calle 18). Un modesto restaurante italiano, en el cual, una de las chicas detrás del mostrador, italiana de la bellísima Roma, me hizo sentir como en casa. No así el resto del personal. Pedí un cappuccino con un par de croissants, pagué – U$S10,94+propina -, subí unas escaleras y me senté a desayunar sin prisa ni pausa. Tenía todo un día por delante.

 

Luego de despedirme, enfilé en rumbo al Chelsea Market (75 9na Avenida entre calles 15 y 16) donde debía encontrar algunos lugares en mi lista.

¿Cómo describir este espacio? Es un mercado donde se puede encontrar de todo para vestir, comer y vivir al estilo y según la moda neoyorquina… O al menos, según una porción de la población vanguardista y con buen poder adquisitivo.

Es un lindo paseo para realizar puertas adentros con cientos de tiendas de ropa, artículos de decoración, cocina, librerías, disquerías y por supuesto comida. Ésta última, sin duda la más importante y mi razón principal por la cual visitaba el mercado. No soy fanática de hacer compras textiles, por lo que, mi enfoque era estrictamente culinario.

Al entrar me encontré con un listado de las tiendas que pueblan las instalaciones. Mi favorito, sin duda fue The Lobster Place, como amante de la comida de mar en todas sus formas y colores, me sentí como niña con juguete nuevo. En los mostradores se puede apreciar todo tipo de pescados y frutos de mar que parecen haber sido recién sacados del agua, enormes cantidades de hielo para mantenerlos en temperatura acorde, cocineros y vendedores de blanco preparando la mercadería que se ofrece tanto para llevar lista para cocinar, como no y también para comer en la tienda.

Dí un montón de vueltas, hasta me tenté con probar la langosta que tienen en contenedores con una lluvia constante. Pero era un poco temprano para una onza y media del anaranjado espécimen y ya tenía en mente otro lugar para mi almuerzo, por lo que, luego de observar todas las opciones, elegí una bandeja recién preparada de sushi como para no irme sin probar algo. No puedo decir que fue el mejor sushi que probé en mi vida. La cuenta, sin bebidas fue US$12,52+propina.

Todo el lugar está impoluto y el personal super amable y atento, siempre predispuesto a responder cualquier inquietud.

Continué mi recorrido sin realizar compras, no estaba para cargar cosas por el resto del día pero tampoco me tenté con nada. En una de las últimas tiendas, ofrecían unas carteras/sobres hechos a mano con distintas y ocurrentes inscripciones, pero la dueña me dijo «No pictures/Fotos no» por lo que respeté su pedido y cambié de opinión respecto a la compra.

Cuando tuve suficiente de tanta cosa, diseño, vanguardia y arte urbano, salí al sol de nuevo, para continuar mi recorrido por el High Line… Un parque en altura construido sobre una línea de ferrocarril en desuso. Otro espacio recuperado que, para ser sincera, no me pareció gran cosa, pero se convirtió en «uno de los lugares a visitar en New York«… y el día ameritaba más caminata.

 

Una vez transitados los más de dos kilómetros del Parque, pasé a ver el emblemático Madison Square Garden (4 Pennsylvania Plaza), otra vez, nada especial. Convengamos, que no pasé del hall principal, pero esperaba, arquitectónicamente hablando, algo monumental.

Durante todo mi viaje no pude evitar caer en comparaciones odiosas con la ciudad en la que vivo. Y ésta no fue una excepción. Si pienso en un arena cubierto como el Madison en New York, pienso en el Royal Albert Hall en Londres, y éste último me parece mucho más imponente y bello. De cualquier manera, por el tamaño del edificio debe ser impresionante ver un concierto o algún espectáculo deportivo.

Pasé por Macy’s (11 Pennsylvania Plaza) que estaba en pleno montaje del escenario para el desfile de Día de Gracias. Otra mega tienda, por supuesto, con la decoración navideña a pleno dada la época. Si duré cinco minutos ahí adentro es mucho. Es una especie de Harrods pero sin la suntuosidad de éste. Huí, rápidamente.

Caminé un par de cuadras más y  casi me pasé de largo, tal vez, el edificio más famoso de New York, después de las Torres. El Empire State Building (350 5ta Avenida), que siempre me recuerda la película Sleeples in Seattle con Tom Hanks y Meg Ryan. No subí al mirador, porque ya había decidido que pagaría la entrada para subir a la Freedom Tower, así que, no puedo contar como es dicha experiencia y si vale la pena.

El que sí quería ver, era el edificio Flatiron (175 5ta Avenida), construido en 1902 y apodado así porque se parecía a un modelo de plancha con dicho nombre como marca comercial. Ya era momento de almorzar y cerca del edificio se encuentra Eataly (200 5ta Avenida), uno de los lugares apuntados en mi lista.

Lamentablemente en este momento la batería de mi celular entró en coma, por lo que no puedo compartir fotos.

Me sorprendió de este sitio que no es sólo un restaurante como yo pensaba. Este es un imperio italiano. Hay siete restaurantes, Birreria, Il Pesce, La Piazza, La Pizza & La Pasta, Le Verdure, Manzo y Pranzo, más dos cafeterías, Lavazza y Caffè Vergnano y Departamentos Frescos: Panadería, Carnicería, Pescadería, Focacceria, Pasta Fresca, Helado, Mfozzarella, Panini, Asador, Salames y Quesos y por supuesto, Vinos.  En pocas palabras es una enorme tienda de productos italianos donde también uno se puede sentar a comer lo que se vende. El lema reza «Cocinamos lo que vendemos y vendemos lo que cocinamos«.

El lugar estaba muy concurrido, Yo estaba tentada de pasta. Cuando ubiqué La Pizza & La Pasta vi que contaba con una barra con vista a los hornos pizzeros. Me anoté en la lista de espera, previo paso por el baño masivo. Mientras esperaba, observaba como los panaderos estaban haciendo pan. Como dije, es un imperio, hay de todo y para todos.

Salvo por el pizzero napolitano con el cual crucé unos diálogos sobre Italia-New York-Londres, el trato es totalmente impersonal, dada la cantidad de gente que circula por el lugar no se puede esperar otra cosa, aunque la calidad del servicio al cliente no se ve perjudicado por la multitudinaria clientela.

Pedí para tomar un vaso de  Fontanafredda Piemonte Briccotondo Barbera 2013, corpulento pero de livianos taninos y para comer Pasta al Nero con Sugo di Mare, pasta casera con tinta de calamar con camarones, calamares, mejillones, tomate, ajo, vino blanco, perejil y escamas picantes. Estaba todo muy rico. La cuenta fue U$S 30,49+propina. Como verán, barato no es.

Tras retirarme del restaurante busqué mis aceitunas sicilianas preferidas, convencida que las iba a encontrar, pero no. Me fui silbando bajito hacia mi próximo destino.

Mi hospedadora de Airbnb.com me había comentado sobre una de las terrazas con bar recomendadas y me había decidido apreciar el atardecer. Dado que éste lugar abre a las 4pm hice una parada estratégica en el Belgian Beer Café para cargar mi celular – gracias a la recepcionista que me facilitó su cargador -, y de paso, mirar en la televisión como el Barcelona de Messi humillaba a la Roma, asistiendo a Piqué para un 4-0. A pesar de ser un bar de cervezas me tenté con un vaso de Malbec Aruma 2013 (Barons de Rothschild (Lafite) y Nicolás Catena), suave y afrutado, complejo y redondo.

Mientras contaba la plata para pagar mi cuenta, U$S12, me perdí el gol de Messi para el 5-0. ¿Partido liquidado?. No, terminó 6-1 en favor del equipo catalán.

Pasadas las 4pm caminé unos metros hasta el 230 de 5ta Avenida, esquina 27, allí los recepcionistas me indicaron el camino hacia el ascensor para subir a la terraza del 230 Fifth Rooftop Bar. Con alfombras y batas para el frío, le pedí una Heineken (U$S9) al amable bartender y tras sacar algunas fotos, me senté bajo una de las sombrillas con calefacción a observar el Empire State Building y apreciar de a poco, como  la luz natural del atardecer le cedía el paso a las luces de la ciudad. Un recuerdo imborrable.

Una vez que había terminado mi pinta, sacado suficientes fotos y guardado todo en mis retinas, tomé el subte por primera vez desde mi llegada, rumbo a Times Square (1560 Broadway) y ver su avasallante catarata de luces y publicidades y agobiante información. No me quede mucho tiempo, sentí algo así como «¡¡detengan el mundo me quiero bajar!!».

Esa noche finalmente, tras haber pasado años de haber visto por primera vez en Youtube un tutorial de ¿Cómo preparar un Old Fashioned? por Dushan Zaric, iba a conocer el bar dueño del puesto Nº 4 según The World Best Bars 2015.

Employees Only (510 Hudson Street), era uno de los puntos altos y más esperados de mi lista. Por eso, cuando llegué a la puerta estaba exultante, con la vara de expectativas muy elevada. El hombre de seguridad en la puerta me pidió identificación para chequear que era mayor de ¿18? ¿21? y me dió la bienvenida.

Eran poco más de las 7pm, horario de apertura y ya no había un sólo lugar en la barra, ni en las pequeñas mesas contiguas. Subiendo unas pequeñas escaleras hay una pequeña área que juega como restaurante, con servicio de mesa y reservas.

Este bar lleva abierto 10 años y en una ciudad como New York no es un dato menor. Al final (o principio) de la barra se encontraban al menos dos de los fundadores del bar.

La recepcionista guardó mi campera y me entregó un número de guardarropas. Dado que, por el momento no tenía lugar en la barra, pedí un menú y entré en el dilema de pedir unos de los tragos de autor por los cuales este bar es famoso o ir por un clásico.

Aquí está todo lo que un speakeasy es y uno espera encontrar. La entrada que no anuncia nada más que un número, luces tenues, mueblería de madera oscura y fotografías exquisitas, jazz de fondo, el ruido de las conversaciones, refinadas lámparas, velas, el sonido de las cocteleras y la cristalería, el ajetreo de un lugar concurrido y atareado, la complicidad, los espacios reducidos, la calidad de la materia prima, botellas brillantes, la presentación artística de los tragos y los platos, las banquetas altas junto a la barra que siempre es la protagonista de la noche, desde adentro hacia afuera, de afuera hacia adentro. Y los detalles…

Me decidí por un Old Fashioned que estuvo listo en 2 minutos. Mientras me preparaban el trago fue divertido ver que los bartenders visten la chaqueta blanca y pantalones negros cortos, ya que después de todo, eso del otro lado de la barra no se ve…

Tuve la suerte que en algún momento, quedaron libres dos banquetas y me adueñe de una justo al final de la barra, que estaba medio pegajosa. Los bartenders se encargaron siembre de llenar mi vaso con agua, eso me encanta, la hidratación es fundamental.

Me pedí algo para comer, después de todo, iba a beber fuerte. Una de las opciones que me resultó más atractiva fue la Hand-Cut Steak Tartar with Crostini & Mixed Greens Salad, básicamente una Tartar de ternera cortada a mano con tostaditas y ensalada verde mixta. Me acercaron una servilleta con los cubiertos, sal, pimienta y especias. Al rato, uno de ellos me acerca mi plato y me muestra la carne con una yema de huevo, mostaza de Dijón, alcaparras, cebolla, le puso algo de sal y comienza a mezclar todo en el bol blanco. No recuerdo la conversación pero si que le mencioné – y con énfasis – mi cobardía con lo picante. Me dijo que no había problema que la iba a preparar ligera. Pero cuando ví la cantidad de salsa Worcestershire – la misma que se usa para el Bloody Mary – que le agregó, me preocupé. Finalmente, terminó de mezclar todo y la sirvió en mi plato… ¿Cómo te explico lo que me ardía la garganta? Se encogieron mis ojitos con la expresión y rápidamente bajé el vaso de agua. Me miró sorprendido y me dijo que la había preparado 1/3 de picante de lo que generalmente la prepara y le volví a mencionar que no me gustan las cosas picantes y para mí estaba muy pero muy… Rápidamente la agarró y no muy contento me dijo que la cambiaría. Eso hizo, y la segunda, estaba mejor, sólo que me pareció que la porción era más pequeña que la original.

En el ínterin me pedí un Sazerac que no me impresionó demasiado. Me olvidé decir que las delgadísimas y crocantes tostadas que acompañaban estaban exquisitas.

A medida que la noche avanzaba las luces se ponían más tenues y la música más fuerte y a pesar que la atmósfera invitaba a quedarme, pedí la cuenta U$S34,51+propina (el primer trago ya lo había pagado). En eso, uno de los bartenders acompañado de uno de los chicos del staff, me invita a compartir un shot con él a modo de bautismo o algo así. Agradecí, saludé y partí.

 

 

Cerca de EO hay un gastropub al cual me habían recomendado ir y pasados unos minutos me arrepentí de haber ido. The Spotted Pig (314 Oeste, calle 11), la experiencia es tan olvidable que ni siquiera merece ser mencionada. Me voy a limitar a decir que pagué una cuenta (sin que la haya pedido) de U$S32,66 – por el peor Boulevardier que probé en mi vida y una sopa de pescado -, más la propina que la camarera, Rebecca, se acreditó ya que nunca regresó con el vuelto…

Esa noche, por supuesto, no podía irme a dormir sin mencionarlo, aún con errores gramaticales. Otro año, desde su partida. God Save The QUEEN.

Ya son las 4am en Londres… Es hora de ir a dormir, gracias de nuevo por estar ahí, ¡Salud!

Braca

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