New York y Yo… Vol. I

Hola, ¿Qué tal? ¿Cómo pasaron la Navidad y el Año Nuevo? ¿Ya empezaron la dieta de desintoxicación?¿No?…

Yo tampoco.

En Inglaterra, y seguramente, en otros lugares también, éstas fiestas son el período más lucrativo para el negocio gastronómico y de hospitalidad, por lo que, luego de haber tenido la suerte de visitar la ciudad que nunca duerme – aunque, creo que ninguna gran ciudad lo hace -, todo el mes de diciembre fue de arduo trabajo. Hoy, lunes libre, finalmente, después de que todas estas celebraciones han pasado, puedo sentarme a escribir de nuevo y compartir con Uds. mis pequeñas historias del arte culinario. En este nuevo capítulo: La Gran Manzana es el escenario.

 

El 22 de noviembre estaba partiendo desde Heathrow, arribando a el emblemático Aeropuerto Internacional John F. Kennedy alrededor de las 17:30 hora local. Desde el avión New York me recibía con una increíble vista de un cielo en pleno atardecer con un hermoso naranja rojizo y un mar de diminutas luces.

 

Tras pasar los controles, que en contra de los pronósticos, fue sumamente expeditivo y recibir la no bienvenida por parte del personal de seguridad, en un New York Airport Shuttle Bus Service pasadas las 6pm partía rumbo al que sería mi hogar por una semana gracias a Airbnb.com.

Tras poco más de 30 minutos de viaje con Wifi incluido pero poca batería, me bajé en la parada de la Grand Central Terminal (89 Este, calle 42)Uno de los pocos lugares que había palpado en aquella cortísima primer visita cuando tuve una escala de 12 horas en Newark en mi viaje de mudanza a Londres en 2013. Tras comprar la Metrocard de 7 días ubiqué la parada de colectivo que me dejaba en el barrio de Gramercy Park.

Un hombre sentado en el colectivo, notó que jugaba de turista, me preguntó donde iba y me indicó donde debía bajarme. A su vez, también apretó por mi el timbre para anunciar una parada, ya que después de escrudiñar de izquierda a derecha yo no lo encontré… Algunos bondis tienen una correa horizontal que cruza toda el colectivo a la altura de las ventanillas, otros como en el que estaba, tienen un largo, vertical y angosto botón color amarillo ubicado en las paredes.

Tenía planeado saludar, dejar mi valija, adueñarme de las llaves y salir en búsqueda de uno de los tantos lugares que tenía en mi lista, pero al final, me quedé charlando con mi hospedadora y luego la acompañé a hacer unas compras. En el ínterin, paramos a comer una porción de pizza en Joe’s Pizza (150 Este, calle 14), lo que resultó ser una emblemática pizzería neoyorquina, con más de 40 años fundada por un inmigrante napolitano, Joe Pozzuoli. Ofrecen dos tipos de pizzas, una finita y otra no, con mozzarella fresca, entera o en tajadas/by the slice – U$S2,75 y U$S3. Yo probé las dos. No puedo decir que es la mejor pizza que probé en mi vida pero está bien.

Lo que me llamó la atención del lugar, el servicio ultra rápido y las paredes repletas de fotos con actores, músicos, políticos y demás celebridades que han visitado el lugar…

 

Día 2 – 23/11/2015

Tras dormir unas cuantas horas me levanté 7:30am – más temprano que cualquier día laboral -, lista para recorrer y con una misión principal, comprar un nuevo iPod Nano para «reemplazar» el perdido y de paso tener un cargador para mi teléfono. El clima acompañaba, porque estaba fresco pero con un sol hermoso. Todos me habían advertido sobre el poderoso viento que sopla entre las calles. Tuve la fortuna de no conocerlo.

Luego de caminar desde la calle 21 hasta la 58 y 5ta Avenida llegué a la radiante, cuadrada y subterránea Apple Store (767 5ta Avenida) que nunca cierra. Misión cumplida, a desayunar se ha dicho.

Mientras subía las escaleras patentadas por Steve Jobs, pensaba dónde tendría mi primer comida del día. Había marcado como favoritos en Google Maps los sitios a visitar pero en ese momento, tras salir a la vereda, me dije a mi misma, «los gustos hay que dárselos en vida»… después de todo, estaba de vacaciones. Y crucé la calle.

 

El Plaza Hotel (768 5ta Avenida), me ha quedado grabado en la memoria por la célebre película de Macaulay Culkin, mi Pobre Angelito/Home Alone, donde se podía ver la estatua del Gral. Don José de San Martín frente al Central Park. Entré y le pregunté a la no muy amable recepcionista cúal era el código de vestimenta y me dijo que yo estaba bien. Tras mi experiencia en el Ritz no quería pasar otro papelón.

Así me encontré sentándome en el Palm Courten una espejada mesa exquisitamente puesta, con cubiertos y cristalería brillantes, rodeada de palmeras, maceteros con piedras redondas, relucientes lámparas de arañas, columnas y esculturas de mármol gris, alfombras floreadas y bossa nova y jazz de fondo. Sí, una película, había sido absorbida y escapé de la realidad por un rato.

Uno de los atentísimos mozos me acercó el menú y le pregunté donde estaba el baño. Me dió las indicaciones que no retuve. Me dirigí hacia la derecha y me encontré ante el luminoso Champagne Bar, ahí consulte de nuevo como llegar al baño. Me mandaron a unas escaleras, pero había dos correas por lo que no estaba segura si era por ahí. Tras una tercer consulta – como verán las coordenadas no son mi fuerte -, llegué al baño. Otra vez, me interné en otra época, en otra era.

Regresé a mi mesa sin dejar de comentarle al mozo mi travesía. Pedí un cappuccino y la opción de desayuno The Plaza Continental, una selección de pasteles recién horneados y fruta de temporada, jugo a elección (naranja, para mí), café La Colombo o Té de hojas sueltas Palais des Thés.

Mi café no tardó en llegar, un poco fuerte para mi paladar. La selección de pasteles eran dos facturas, una estilo medialuna o croissant y otra similar pero rectangular, con manteca y mermelada de frutilla. El plato de frutas era abundante y tentador, nunca comí tanta fruta en un desayuno, había que amortizar la inversión: frutillas, bananas, kiwi, frambuesas, arándanos (tamaño familiar), uvas y no sé sino me olvido de alguna. Había agarrado el New York Times y me entretuve leyendo las noticias sobre el resultado de las elecciones presidenciales en Argentina.

Cuando ya había terminado mi café (no me animé a pedir otro) y casi mi plato de frutas, sin pedirla me acercaron la cuenta. Creo que el mozo malinterpretó una mirada. Antes de pagar, le pregunté a otro de los mozos si sabía el nombre de la flor que decoraba la mesa, se disculpó por desconocerlo y me explicó que la entrega de flores es muy temprano por la mañana.

Cuando finalicé mi desayuno, pagué la cuenta, U$S40 más propina y le pregunté al mozo si podía comprar la lapicera. Me dijo que la conservara. Ahí tuve mi primer souvenir del viaje. Me retiré del Palm Court con un saludo, otra visita al toilette y una recorrida por los pasillos del Plaza. Todo, de película.

Cuando tuve suficiente dosis de etiquetaría y opulencia, salí para seguir respirando New York. Crucé la calle otra vez y me encontraba frente al Central Park y su gama de verdes y marrones otoñales. Hermosa postal. Mientras caminaba, estrené mi iPod y sintonice distintas radios locales. Me detuve en una donde sonaba Ella Fitzgerald. ¿Qué más podía pedir?

Seguí caminando mientras escuchaba una entrevista a James Kaplan, que presentaba su nuevo libro, Sinatra: The Chairman, donde revela cosas como que el cantante odiaba actuar o cantar Strangers in the Night y My Way, pero eso era lo que el público quería de él…

En mi caminata el sol me acompañaba. Divisé unos camiones de filmación y resultó que uno de los actores en acción era Keanu Reeves, vistiendo sólo un saco y corbata en un mañana que ameritaba un poco más de abrigo. ¿Un día normal en New York?

 

El paseo por el parque concluyó en mi primer visita al Museo Metropolitano de Arte/Metropolitan Museum of Art (1000 5ta Avenida, calle 82), más conocido como el Met. Debo admitir que soy una fanática del arte musical, no obstante, no tanto en otras ramas artísticas, por lo que los museos para mí son más una obligación que un deseo… Pero estaba en New York, por lo que no podía dejar de ir (…). Y lo que más me interesaba era que tenía en mi mente la remake del Caso Thomas Crown/The Thomas Crown Affair, con René Russo y Pierce Brosnan, película que he visto cientos de veces y la vería cien más. Sin embargo, me desilusioné al enterarme que nunca se filmó en este museo, sino que se recreó en la Biblioteca Pública de New York y la pintura que se él roba está en en el Museo de Cardiff. Lección del día, leer más antes de arribar al destino.

Luego de apreciar tanto arte, tenía hambre de nuevo, así que busqué la cafetería que me sorprendió enormemente. Es muy grande y hay de todo para elegir, desde sushi, ensaladas, pasta, pastelería y demás. Me limité a un café (que dejaba mucho que desear) y unas galletas por U$S7,29.

 

Después de tres horas de museo, era hora de respirar aire fresco. Así me fijé en mi mapa y ví que no estaba lejos del Museo Guggenheim (1071 5ta Avenida, calle 89), por lo que emprendí una corta caminata. Todavía había algo de sol que me acompañó hasta la puerta. En este museo hay que pagar entrada, a diferencia del Met que la admisión es a voluntad. Ví el programa, pero opté por hacer lo que tenía pensado antes de viajar, sacarme la foto con el renombrado edificio de fondo. Eso hice. Ya había tenido bastante arte por un día.

Esperé uno colectivo que pasaba por la 5ta Avenida y se dirigía hacia el sur. Un cliente regular de mi pub me había recomendado que vaya al Rockefeller Center y bebiera un cocktail con vista a la ciudad. Me enteré in situ que el Rockefeller Center es un complejo de edificios, no sólo uno. Por lo que, luego de entrar a 3 lugares distintos y hablar con 4 personas de seguridad y recepción me informaron que el bar que buscaba era el SixtyFive Bar (30 Rockefeller Plaza) del Rainbow Room abierto desde las 5pm.

Mientras esperaba la hora clave me dediqué a caminar por la 5ta Avenida y descubrir que la gente cuando pierde guantes, no pierde el par, sólo pierde uno. Y parece que en New York se pierden muchos.

 

Minutos después de las 5, entré al mismo edificio, me indicaron subir unas escaleras. Recepcionistas me invitaron a dejar mi abrigo en un guardarropa y subir al ascensor. En el hall de entrada, divisé a mi derecha la escaleras al baño, así que hice una parada estratégica, encontrándome nuevamente con hermosas y modernas instalaciones, música y pequeños detalles que marcan la diferencia.

Otro recepcionista sumamente amable en la puerta del SixtyFive me preguntó si quería una mesa y le dije que tal vez comería algo. Ya se podía ver que el bar esta casi repleto y todas las mesas ocupadas, así que me anoté en la lista de espera.

Sin perder tiempo, hice una recorrida por el bar deleitándome con la impresionante vista en las alturas de una New York de noche pero llena de luz. Me alegré de haber seguido esta recomendación.

Mientras esperaba que me atendieran en la concurrida barra, me ofrecieron una copa de champagne y disculpas porque el sistema estaba demorado. Otro detalle.

Leí la carta de tragos pero como no tenía mucho en el estómago me pedí una cerveza que desconocía, Reissdorf Kölsch. Muy bien.

Luego de un rato largo de admirar el paisaje, el recepcionista me encontró y me dijo que mi mesa estaba lista. Salvando dos chicas que se pararon casi al frente mío tapándome la visión y que cuando se retiraban ví como se robaban una copa, todo estuvo espectacular. 

Me pedí otra cerveza y consulté de donde provenían las aceitunas sicilianas del menú. Al rato, el mozo me confirmó que eran mis preferidas, Noceralla del Belice. Marche una porción y media docena de Ostras/Gigacup Oysters – Classic Mignonette, Kaffir Lime and Jalapeño Ponzu –, después de todo, estaba de vacaciones…

Mi ubicación era excelente, tuve la posibilidad de llamar a mis papás por Skype, charlar con ellos y compartir lo que estaba disfrutando.

Pedí una última cerveza y la cuenta, U$S60,97 más propina. Excelente servicio, inmejorable visual. Brindé y me retiré silbando bajito.

Regresé a la superficie y todavía restaba noche por andar. Eran casi las 8pm y me había deleitado con una entrada. Otra vez, chequeando mis favoritos en Google Maps estaba sólo a unas cuadras de otro recomendado, P.J. Clarke’s (915 3era Avenida, calle 55), aparentemente personajes como Frank Sinatra, Jackie Kennedy, Nat King Cole, Liza Minelli, Jake Lamotta, entre otros han frecuentado más que regularmente este lugar, lo que lo convierte en un clásico de la ciudad.

Aunque era lunes, el recinto estaba rebosante, no caminé mucho y la recepcionista me ubicó en una mesa con ventana a la calle. Aquí también el jazz es rey.

El mozo se presentó bajo el sobrenombre de Mike, me entregó el menú y mencionó el especial del día. De tomar opté por una Brooklyn Lager y para comer, Crisp Point Judith Calamari Traditional, lo que vendrían a ser unas rabas fritas. Le comenté que no tenía demasiado hambre, por lo que me sugirió que con eso iba a estar bien y que luego podía pedir un postre.

Los calamares fritos estaban muy ricos y crocantes. Mientras cenaba, en la televisión estaban pasando un partido de fútbol americano. Me entretuvo bastante, sólo que no me alcanzó el plato para entender las reglas del juego.

Todavía me quedaba cerveza cuando Mike me entregó el menú de postres. Le dije que creía no tener lugar para más. Pero cuando leí la opción de New York Cheesecake Blueberry Compote/New York Cheesecake y compota de Arándanos, no puse demasiada resistencia.

Al regresar con mi porción exclamé, ¡es enorme! Mike se rió y me dijo que de hecho era una de las porciones más grandes que había servido. Comí sin ninguna prisa, tenía que hacer lugar.

Al borde de explotar, pedí la cuenta U$S35.22. Ésta vino acompañado de una postal que prometían mandar a cualquier lugar del mundo.

Fue una grata sorpresa, llegar un día a trabajar a mi pub, un par de semanas después y ver que la postal había llegado…

 

Así terminó mi primer jornada completa en New York…. Hoy dejo acá, ya son pasadas la 1am en Londres, es tiempo de ir a dormir… Espero no haberlos aburrido demasiado, salud!

 

Braca

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