New York y Yo… Vol. V

Últimamente la vida me está llevando por lugares desconocidos. En realidad, yo voy llevando la vida por lugares en los que no he estado, y no necesariamente hablo de lugares geográficos. «Somos nuestras decisiones» leí una vez, y estoy bastante de acuerdo con eso. Esto viene, para explicar mi larga ausencia en mi propio blog. Desde que salí – una vez más – de mi zona de comfort el año pasado, otra vez me encuentro en un lugar incómodo, pero no por ello menos felíz. Como será, que estoy escribiendo sentada en la recepción de uno de los estudios de grabación más emblemáticos de Reino Unido. Un santuario donde Queen grabó sus últimos discos, con Freddie en sus últimos meses de vida. Pero eso es una historia para mi otro blog. Acá estoy para hablar de lo que como afuera de casa… y aunque ya pasó bastante tiempo de mi visita a la Gran Manzana, voy a rememorar esos días y compartirlos con Uds. ¡Si es que todavía están ahí!

Día 5 –  26/11/2015 

Día de Gracias y estaba en New York. Lo qué debía ser algo divertido no lo fue tanto.

A la mañana, me levanté, caminé un rato, me tomé un colectivo, terminé comprando un café de filtro para llevar, totalmente olvidables (U$S1.95) en Dunkin’ Donuts. Era de los pocos lugares abiertos. Con café en mano, bajé al subte para ir a dar una vuelta en el Staten Island FerryObviamente, tenía que ver la Estatua de la Libertad, aunque sea de lejos. Ese mismo día, se realizaba en Macy’s el famoso desfile de Dia de Gracias, pero lo dejé pasar, no soy amiga de las muchedumbres, excepto en los recitales.

Tras llegar a la terminal Whitehall (4 Whitehall St, 10004), divisé donde la gente se amontonaba para ver la partida y llegada del ferry desde adentro, y me quedé a esperar el próximo. En feriados, salen cada media hora, entre las 7:00 am y 11:00 pm y el servicio es siempre gratuito.

Una vez que me subí, fui a preguntarle al señor encargado de cercar la entrada y salida del buque, ¿Cúal era el mejor lugar para observar la vista?. Muy pícara y amablemente, me respondió que si yo fuera él me quedaría en el lugar donde estaba él. Así hice. En lugar de irme al frente o al piso de arriba me quedé acompañando a John, que me hizo de guía turístico mientras admiraba la vista. Sin duda era el mejor spot. Una vez que nos acercamos al muelle de llegada, me ofreció su brazo y caminamos hacia el otro lado, haciendo chistes a los demás sobre su futura esposa. Muy gracioso, cosas que tiene el viajar sola.

Tras volver a la isla, caminé por la State St. que se convierte en Broadway y me saqué la foto obligada con el Charging Bull, el toro de bronce de 3200 kg, símbolo de Wall Street. Estaba por la zona de las Torres Gemelas, pero me reservé, ya que esa visita era para otro día. También caminé unas cuadras del trendy Soho, donde todos los locales estaban cerrados por el feriado.

 

Ya era hora de almorzar, asi que enfilé para Little Italy. Tras darle un par de vueltas a la Mulberrry Street, me senté en Grotta Azurra (177 Mulberry St, 10013), enorme, típico turista-orientado restaurante italiano, con pantallas gigantes transmitiendo por Fox los partidos de la NFL.

De entrada me pedí Alcaucil relleno, y de principal, Canelloni relleno de carne picada, con espinaca y cebolla. Esto acompañado de un vaso de Chianti, Villa Di Campobello.

Todo estuvo muy rico. Me entretuve comiendo mientras miraba sin entender el partido de los Eagles de Filadelfia vs. Lions de Detroit que iba 7 a 45, observaba la mesa de al lado con 17 comensales, una señora que entró con una nena que desapareció y la mesa de ultra-americanos que rezaron antes de empezar a comer. Todo muy pintoresco, más aún cuando antes de terminar mi vaso, el mozo apareció con otro, y mientras me guiñaba el ojo, me decía»sshhhh«.

Sin lugar para postre, pedí la cuenta, que con 20% de propina incluida e impuestos fue de U$S47.56. Me saludaron muy cordialmente antes de salir. Panza llena, corazón contento. 3 Bracas para la Grotta!

 

Little Italy y Chinatown práctimente se mezclan, sólo que este último no me llama la atención y en Londres también existe, al igual que en Buenos Aires, y casi en todos lados. Caminé por el Columbus Park y bajé de nuevo hacia el sur, ya que en mi lista de Best Bars, estaba The Dead Rabbit (30 Water Street, 10004). Los motivos por los cuales han re-eligido a este bar como el mejor del mundo, los desconozco. Mi experiencia fué totalmente olvidable, o lo que es peor, no me dejó nada especial para contar. Entré y sin estar sumamente concurrido las dos chicas detrás de la barra se tomaron todo su tiempo para mirarme y finalmente tomar mi orden. La decoración del lugar, me rememoró a los pubs irlandeses donde me he encontrado en reiteradas ocasiones. Como habrá sido de insignificante mi presencia que ni me acuerdo lo que tomé, ni lo que pagué. Si Uds. van, y tienen una experiencia más entretenida, por favor, cuenténmela. 2 Bracas para El Conejo Muerto, sin saber por qué no le doy 1.

 

Tras salir de The Dead Rabbit, crucé la vereda y esperé un colectivo para ir los otros bares de mi lista. Ellos eran Attaboy (134 Eldridge St, 10002) y Little Branch (22 7th Ave S, 10014). Bueno, acá es donde la frustración del Día de Gracias comenzó a emerger. Los dos lugares, después de haber caminado por una callejuelas que no inspiraban demasiada confianza, estaban cerrados. CERRADOS.

No me quedó otra que seguir camino silbando bajito, pateando piedritas y buscar otro destino para mi noche de jueves. En eso, me doy cuenta que estaba cerca del ultra-famoso Blue Note (131 W 3rd St, 10012) «!bueno, me dije, a ver si tengo más suerte!». Llegué a la puerta, y un amable muchacho me dijo tenían lugar en la barra para estar parada por U$S20 o pagar U$S35 por una mesa. Si la primer opción hubiera incluido una butaca, la hubiera tomado. Pero no. Otra cruz en mi lista.

 

Ya con un nudo en la garganta, me ubiqué en el mapa de nuevo y me fuí a otra parada de colectivo, un poco haciendo tiempo porque después de todo, era temprano.

El colectivo M55 iba todo derecho por la 6ta Avenida y cuando chocó con la 27, me bajé y caminé una cuadra y media hacia el Elephant Bar del NoMad Hotel. Éste no me podía fallar. El bar de un hotel no podía estar cerrado. Y como la mayoría de mis experiencias me lo ha demostrado, es muy raro que un hotel 5 estrellas defraude. Este lugar no fue la excepción y rápidamente se convirtió en mi favorito de toda mi estadía.

Ya nomás en la entrada me recibieron muy amablemente y me dirigí primero al toilet. Hermoso, cuando da ganas ir a un baño, impecable.

Me senté en mi lugar preferido, la barra. Inmediatamente uno de los bartenders (camisa blanca, tirantes y delantal marrón) notó que me había sentado, me ofreció el menú y agua. Me pedí un Old Fashioned con Old Forester 86′ Bourbon, servido con un solo cubo de hielo, estaba delicioso.

El bar es grande, poco más de 7 metros de largo, pregunté de qué madera estaba hecho. El bartender no estaba seguro y fue a buscar la información. Volvió al rato y me dijo que era caoba, todo el bar estaba hecho de caoba. En eso una rubia que tomaba al lado mío, hizo un despectivo comentario diciendo a quién le podía importar de qué madera estaba hecho el lugar. Ni me inmuté, uno de los chicos se encargó de ubicarla. Dos hombres que estaban a mi izquierda, se horrorizaron de la descortesía, y el bartender la disculpó diciendo que era joven y estaba teniendo un mal día. Eso dió pie para entablar una amena conversación con la pareja de norteamericanos, Mike y David. Luego se marcharon y me desearon unas excelentes vacaciones. Ahi nomás, un italiano de la Costa Amalfitana se sentó y comenzó a darme charla hasta que su acompañante, volteando con su perfume, llegó al bar.

La música incluía, entre otros, al rey del pop cuando ya era tiempo de ordenar otro trago y algo de comer. Luego de cinco días en New York, era tiempo de un Manhattan, mismo Bourbon. Y no podía obviar la tradición del pavo de Día de Gracia, así que eso pedí, pavo asado con calabaza y castañas/roasted turkey with butternut squash, parsnip écrasé and chestnuts. Ahí el nombre completo con la descripción marketinera. Estaba muy sabroso, y para bien, nada seco.

Mi noche transcurría de maravillas, hasta que me informaron que estaban tomando las últimas órdenes, después de todo era feriado y cerraban más temprano. Me pedí para culminar mi visita un New York Sour. Más dulce de lo que acostumbro beber, pero bien balanceado. Perfecto para después de la cena.

Llegó la hora de despedirme de Erick y Mark, pedí la cuenta, que vino con uno de los tragos de obsequio y por primera vez, sin propina incluída, U$S75.12.

Desde la bienvenida, la decoración, la arquitectura, los toilets, la atmósfera, el servicio, los tragos hasta la comida, fueron de primera. Y es ahí, cuando el combo está completo, cuando toda la experiencia del disfrute vale lo que se paga. Lo más importante, es que me hizo olvidar completamente de las pequeñas desilusiones previas. 5 Bracas para el Elephant. Volví y volveré, cuando vuelva a New York . Sin dudas.

 

Braca.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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